Algo había visto en el periódico pero no le había dado importancia. A las siete de la tarde del martes pasado me da por llamar a mi agente de viajes, Monan, un tipo simpático cuya oficina se reduce a un teléfono, un calendario y un lápiz. Tenemos un problema Mr. David, la aerolínea con la que tenía que volar mañana acaba de quebrar, Kaput!. Me dice que ya es muy tarde para comprar otro billete, que todo el mundo ha planeado las vacaciones con mucha antelación este año.
Andaba yo cabizbajo, sin esperanzas, cuando se me acercó el Sr. Lobo. Era un tipo alto y delgado con un excelente inglés. Me señala al billete de Adam Air que tengo en la mano y me dice que por 800.000 rupias puedo salir en un avión hacia Bali en treinta minutos. Así es Indonesia. Mañana trabajo y además no tengo el equipaje conmigo, le digo, pero toma, este es mi número de teléfono, si encuentras un billete para mañana llámame.
Vuelvo a casa y empiezo a barajar diferentes posibilidades. Mientras preparo la cena encuentro en internet la página de un autobús que cubre la ruta Yakarta-Bali en 24 horas. Desesperado llamo y reservo un billete para el día siguiente a las dos de la tarde. Por curiosidad entro en la web de Adam Air. No me sorprende ver banners parpadeando ofreciendo ofertas de última hora, Yakarta-Semerang 89.000 rupias, y exóticas azafatas sonrientes anunciando las nuevas rutas. Fun is in the Sky, dice.
Eran las nueve y media cuando se produjo el milagro. Suena el teléfono. El Sr. Lobo ha encontrado una plaza para un avión que sale en 40 minutos. Me asaltan las dudas. Mañana trabajo y llegar al aeropuerto en taxi me lleva una media 50 minutos. A la mierda todo, me digo, puede que sea mi última oportunidad.
Echar tres camisetas y dos bermudas en la mochila, coger la cámara de fotos, olvidarme las chanclas y las guías con las reservas de los hoteles. Ese fue el tiempo que tardé en subirme a un taxi. En el aeropuerto reconozco al Sr. Lobo que me entrega una tarjeta de embarque a mi nombre. No se de dónde la ha sacado ni si me puedo fiar de él pero no me queda otra. Le pago, cojo la tarjeta y corro. La sala de espera está abarrotada de gente y al llegar me ciegan los focos de una cámara de televisión. Están cubriendo la noticia del cierre de la compañía. ¿Qué opina del retraso de este vuelo señor? me pregunta un reportero chino. Estoy contento y feliz de que todo haya salido bien. Le sonrío y con aire de prepotencia le contesto que yo acabo de conseguir el billete. Me siento y espero. Excitado, escribo un sms a mi hermano. Lo que dice el mensaje ya lo sabéis, otra fanfarronada más. Ya solo me queda ser paciente.
A las dos de la mañana todo se viene abajo. El aeropuerto está vacío y muchas de las luces están apagadas. Aparecen tres tipos encorbatados y no me puedo creer lo que dicen. El avión no puede despegar porque nadie ha pagado la gasolina. Por qué no hacemos una colecta, le digo al indonesio que me pilla más a mano. Me resisto a aceptarlo. Discuto con unos y con otros pero allí nadie habla inglés. Al rato, cansado y desmoralizado, acabo de nuevo en la calle, con un billete para el día siguiente en una mano y una tarjeta de embarque para 3 horas antes en la otra que ya no valen nada.
Decido quedarme hasta que abra el aeropuerto y seguir intentando encontrar un billete. Si a media mañana no lo he conseguido el plan es coger el autobús de las 24 horas. Espero junto a un par de docenas de personas que se encuentran en mi misma situación. Allí conozco a John Baxter, un sudafricano de unos 65 años que se iba a convertir en mi compañero de viaje. Al poco me presenta a un indonesio que le ha prometido un asiento para un vuelo de Air Asia a las diez de la mañana. Al verme me promete a mi otro. Los regalan oiga!
Con el aeropuerto cerrado me sucedieron dos de las cosas más bizarras que acontecieron durante el viaje. A lo lejos me pareció ver al Sr. Lobo. Me acerco y, haciéndose el loco, comienza a caminar en sentido contrario. Solo le faltaba ponerse a silbar. Al gritarle se da la vuelta y me saluda. Me acerco, me sonríe y se disculpa. Me devuelve el dinero y me repite hasta la saciedad que el no sabía nada de la cancelación, lo cual me da pie a pensar precisamente lo contrario. Al rato, nuestro nuevo contacto, el tipo que promete vuelos con tanta alegría, me señala una furgoneta negra aparcada al final de la Terminal. Acércate, que allí hay unos tipos de Adam Air que te devuelven el dinero del billete. Incrédulo y temiendo por mi vida llego hasta la furgoneta. No puedo ver nada a través de los cristales tintados así que cierro los ojos y doy un toque a la ventanilla. Es casi un roce pero al momento aparece una china con un fajo increíble de billetes en las manos y un cigarrillo entre los labios. Extraordinario, en menos de una hora había recuperado todo el dinero que había invertido hasta el momento. Estaba preparado para empezar a apostar de nuevo.
A las cuatro abre el aeropuerto. Me dirijo al mostrador de Garuda y les explico que necesito llegar a Bali lo antes posible. Tenía una cita ¿recuerdan? Me meten en una waiting list y me dicen que una vez cerrado el check-in de cada vuelo comenzarán a llamar por orden a la gente apuntada. El Señor Baxter es el cuarto. Yo, el quinto. Ustedes, como yo, pensarán que la probabilidad de que entre 120 pasajeros una persona llegue tarde es bastante alta. Ustedes, como yo, pensarán además que si el vuelo sale a las cinco de la mañana dicha probabilidad se dispara. Y no sé ustedes, pero yo pensaba que si además los 120 pasajeros eran indonesios, caóticos y desorganizados como son, la probabilidad tendía a infinito. My goze in a pous, que diría uno que yo me sé. Ni una sola plaza libre en los primeros dos vuelos. Al tercero, por fin, hay un asiento vacío. Lo bueno es que ya solo me quedan cuatro. Lo malo es que ya son las ocho de la mañana y que (ustedes como yo) sabemos que las probabilidades de que alguien llegue tarde a un vuelo en pleno día se reducen.
Cansado de poner cara de bueno cada vez que cerraban el check-in y de ver como iban saliendo vuelos y más vuelos decido hacer uso de mi barita mágica. Mi documentación indonesia en la que dice que trabajo para el Kedutaan Besar Spanyol en Yakarta. Siento al Sr. Baxter en una silla de ruedas en la que se queda dormido casi al instante, y pregunto por el encargado. A ver jefe mire, yo, aunque tenga estas pintas, soy diplomático, lo pone aquí, ve? y aquí mi amigo, que está muy enfermo, necesita coger un connection flight desde Bali hacia Sidney a medio día. El tipo me mira, se lo piensa y me toma los datos. Haré lo que pueda Mister Andreas. Eso, encima cámbiame el apellido, le digo en español.
A las nueve de la mañana llega la hora de probar fortuna con el prometedor de vuelos. Cogemos un taxi y cambiamos de Terminal. Al llegar al mostrador de Air Asia nos encontramos con una chinita de cara de estreñida que nos dice que no conoce a ese señor y que no puede hacer nada por nosotros. El tipo se pone pesado, gesticula y grita en indonesio. La china amenaza con llamar a seguridad y de nuevo pienso que esto solo pasa en Inodonesia.
Mientras suena mi móvil. Mister Andreas? hay dos plazas en un vuelo hacia Surabaya dentro de veinte minutos ¿le interesa?Por fin estamos en el aire. No saldremos de Java en ese avión pero al menos estamos en el aire. Qué contento. Casi me daba lo mismo donde ir pero necesitaba salir de ese aeropuerto. Ahora sí, la-la-la, Fun is in the Air. Mister Baxter se queda dormido enseguida y yo que no he comido nada en las últimas 18 horas aprovecho los cincuenta minutos de vuelo para rebañar mi bandeja y empezar con la suya.
El plan A era intentar conseguir un vuelo de Surabaya a Bali. Tiempo: Media hora. Después a la playa. El plan B conseguir un coche que nos llevase hasta la costa oeste de Java y allí coger un ferry a Bali. Tiempo: indefinido. Como Murphy era indonesio aquí nada sale bien a la primera. A las once, recién aterrizados y con las pilas cargadas por el break-trough de haber volado nos dicen que el siguiente vuelo a Bali no sale hasta las cuatro de la tarde y que ya está lleno. Como ya me sabía lo de Murphy, antes de salir había llamado a Amir, un compañero de oficina, para que me buscará un conductor que nos llevara hasta el ferry.
Llamo a Yusuf, nuestro driver. Me entiendo con el en indonesio. Nos dice que no llegará hasta la una de la tarde y que nos cobra 600.000 rupias por el viaje. Al acercarnos a la tourist infrmation nos dicen que por qué no probamos a ir en autobús. Tarda lo mismo, sale cada hora y no os costará ni la mitad. Nos parece buena idea y camino de la estación en taxi llamo a Yusuf. Lo siento macho, pero nos vamos en autobús.
Al llegar a la estación nos encontramos con un vendedor de pipas y media docena de gallinas. Está vacía y un letrero escrito a mano decía que el siguiente autobús no sale hasta las cinco de la tarde. Parecía la letra de Murphy. Son las 12 de la mañana y no tenemos coche ni autobús. El Señor Baxter y yo nos miramos, nos entendemos y nuestras miradas se giran hacia el taxista. Éste, se frota las manos y con la mejor de sus sonrisas nos dice, 1.500.000 de rupias. Así que al final ni 200.000, ni 600.000. Un millón y medio. Olé!
El taxista parece contento y antes de salir propone parar en un mini-market a comprar provisiones. Sándwiches, coca-colas y chocolatinas. Me da la impresión de que es verano y que preparo un viaje a la playa con los amigos. Me doy cuenta de que mi acompañante empieza a estar realmente cansado. Su rostro parece haber envejecido una década desde que le conocí y al salir de la tienda me pregunta confuso que si no habíamos parado para coger el ferry.
Por delante quedan 7 horas de viaje por caminos de cabra y pueblos interminables. Adelantamos a un millón de motos y otras tantas nos adelantan a nosotros. Cruzamos bosques y montañas. A un lado dejamos el mar y al otro pobreza, mugre e inmundicia. A mitad de camino casi me pongo a rezar al ver por el retrovisor como se le cierran de sueño los ojos al taxista. En un par de ocasiones estamos apunto de salirnos de la maltrecha carretera y acabo por preguntarle que si quiere descansar un rato o que si quiere que conduzca yo. Prefiero descansar, dice. Paramos en una gasolinera y se marcha a los servicios.
Son las cinco y media de la tarde y comienza a anochecer. Aprovecho para estirar las piernas y dar una vuelta por el campo. Yo también estoy adormecido pero al volver me parece ver a nuestro conductor. Está de rodillas y con el cuerpo postrado sobre la tierra. Me pregunto si reza por algo en concreto.
Al llegar a la costa, nuestro destino por carretera, la suerte nos sonríe por primera vez. Son las siete de la tarde, noche cerrada, y el ferry sale en apenas media hora. Me doy cuenta de que hace 24 horas que salí de casa hacia al aeropuerto y que ya no sé ni cuándo es de día ni cuándo las noches son.
Sin embargo, los cálculos nos habían vuelto a fallar. De Banyuwangi a Gilimanuk en barco no se tardan tres horas sino una. Bien! Pero de Gilimanuk al aeropuerto de Denpasar, en Bali, no se tarda una hora sino tres. Buuu! Qué mismo da pensaréis, el orden de los sumandos no varía el resultado de la suma. Pues dejadme que os diga que lo hace cuando entre el primer y el segundo sumando hay un puerto vacío en el que es imposible encontrar un taxi o un autobús que te lleve a ninguna parte. Después de mucho suplicar, pasaporte diplomático contrarrestando el resto de mi apariencia, convenzo a un noruego para que nos acerque hasta el aeropuerto.
Y así llegamos a la última parte del viaje. Por carretera otra vez. Tres horas fáciles, sin tráfico, que se convirtieron en cuatro por la torpeza de un conductor indonesio que nunca supo dar con el camino correcto. Cuatro horas al son de los gritos del hijo pequeño del noruego que me recuerda a Neil Olgerson. Cuatro horas con el Señor Baxter roncándome al oido. 240 minutos para llegar por fin, con otros tantos minutos de retraso, a una cita a la que nunca llegué tarde. Y lo que me queda del viaje es una sensación agridulce. Más de treinta horas por tierra, mar y aire. Más agrio que dulce. Un sueño largo que por momentos era aventura y por momentos pesadilla. Mi odisea, una experiencia más. Una historia como otra cualquiera.
15 comentarios:
Y nos vas a presentar al señor Lobo cuando vayamos?
Al verte también te dijo:
"Hola, soy el Señor Lobo. Soluciono problemas."
Me he cansado solo de la risa, calculemos 1100 km en 30 horas salen a 36 km por hora.
Te tenías que haber ido en el amoto.....
por cierto el sms debe tener un plan de ruta parecido al tuyo porque aún no me ha llegado.
sin palabras me has dejado.....j
ay por favorrr
pero qué más te podía pasar?
jajajajajaja! Pero cómo te puede dar envidia NYC?!?!?!?!!
Esto te pasa por no haberme querido con vosotros allí tocando el violín! venganza!
Un abrazo!
My goze in a pous.....ni lo mentes!Eso no se puede volver a repetir! jajaja!
A mí lo que me intriga, más bien, es cómo carajo hiciste para volver, pues si la compañía del vuelo había quebrado... ¿quebraría para la ida y la vuelta, no????
Joder tio has vivido mas en este viaje que en todo el tiempo que llevas ahi, al final mareceria la pena no?
Mandame el tlf del señor Lobo por si acaso. Un abrazo
David, reconoce que todo esto es una bulo que te has montado para ver si logras que alguien visite tu blog!
PD: Gracias por los violinistas
Udas, en la tarjeta del Señor Lobo indonesio pone, "Soy el Señor Lobo. Creo Problemas".
Edu, a ti te voy a llamar el "Doble V", por Violinista y ahora por Venganzas.
Beni, My goze in a pous... no sé qué me trae peores recuerdos si el viaje o la expresión :-s
Anónimo, la vuelta fue fácil. La explicación? Volvía con otra compañía.
B3lisario, lo reconozco, todo es mentira. Para la próxima estaba pensando en un terremoto o en un naufrágio... tu qué opinas?
Y del resto del viaje no te cuentas na!?
Vamos payo que las fotos que has puesto estan chulas.
Para cuando te dedicas a imitar a tu primo el bohemio ese raro y te creas un blog de fotos de esas de artista?
Besetes udianos.
¡¡¡Alistaros!!! Veréis mundo... ;-)
Me alegro de que llegárais y, por las fotos, el viaje acabó compensando.
tampoco nos has dicho si tu cita te estaba esperando!!!!
Joder tio... has conseguido que lea más que en los ultimos dos años... y decían de Homero... eso si que es una odisea... La próxima vez le mandas una panda de vallekanos al Sr Lobo para que le expliquen lo que le pasa al que intenta engañar a un tio legal. Apropósito, soy tu primo Manolin. Un beso-abrazo
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