jueves, 31 de enero de 2008

Inmersión total

Primero vino lo de sentarme en un Warung a comer. Si no prestas atención a ciertos matices como el higiene, el sabor o la textura de algunos alimentos, no tardas en cogerles el gustillo y éstos llegan a convertirse en pequeños detalles sin importancia. En la mesa soy un indonesio más, a veces me permito el lujo de comer con la mano y al terminar siempre me pego un buen eructo.

Más tarde me llegó la hora de aparcar los taxis, ponerme el casco y arrancar la moto. En la carretera, también soy un indonesio más. Toco el pito sin necesidad de, cruzo miradas desafiantes en los semáforos y no dudo en utilizar la acera cuando un vehículo entorpece el tráfico.

Pero no hay inmersión cultural total si uno no comparte los mismos servicios sociales que la gente de la tierra que le acoge. Desde que me rompí el dedo en Bali tengo un hesecillo un poco más salido de lo normal. Nada grave pero si algo molesto, sobre todo a la vista. Como en Indonesia no hay ni hospitales ni servicios sociales, cuando alguien necesita ir al médico acude al curandero de su barrio. Aconsejado por un compañero indonesio de la oficina el pasado fin de semana, Max y yo, visitamos a uno de los más famosos de toda la ciudad.

Llegar y ver a cien personas esperando en la calle tira un poco para atrás. Llegar y escuchar gritos de dolor o ver lágrimas correr tira para atrás que te cagas. Pero como ya estábamos allí y a la multitud parecía hacerle gracia que hubiese dos blancos esperando con ellos, decidimos quedarnos. No era cuestión de defraudar al respetable.

Después de tres horas de espera nos tocó el turno a nosotros. Ya nadie nos quitaba el ojo de encima. Teníamos el número cien, así que seratus era la palabra clave. Al escucharla nos miramos, nos dimos la vuelta y preguntamos en voz alta “quién tiene el seratus?”, lo cual arrancó algunas carcajadas de un público totalmente entregado.

La sala de espera era la plaza de enfrente y la enfermera, un tío en bermudas y con un cigarrillo colgando. Una breve explicación de nuestras penas y dolores, un mejunje de aceites y yerbas, unos tirones por aquí y un poco de te aprieto por acá, y arreglaos. Al salir, yo cojeando y Max sudando como un pollo, nos habíamos convertido en auténticos monos de feria. Todo el mundo nos señalaba y murmuraba entre risas. Además, mi curandero me ha puesto a dieta (vaya! jamás pensé que escribiría algo así en toda mi vida). Entre otras cosas, no puedo comer cordero, cerdo o piña. No puedo consumir alcohol ni cosas frías. Ya me contaréis que tiene que ver un dedo roto con comer cerdo. Al llegar a casa le pregunté a Max si iba a ir a la fiesta de por la noche. No creo porque no puedo beber alcohol, me contestó. Ayayay! ya sé que eres italiano Max… pero por casualidad no conocerás la expresión del tocino y la velocidad? Reflexión final. Cuando te vienes a vivir a esta parte del mundo las diferencias culturales son descomunales. Tanto que pueden llegar a convertirse en un fastidio. Sin embargo, si te dejas llevar y pones un poquito de tu parte puedes llegar a disfrutarlas (esta frase se me ocurrió usando el servicio de Kuala Lumpur). Si alguien me dice de hacer cosas como estas hace un año le hubiese considerado un auténtico loco. Hoy por hoy me considero muy afortunado por poder disfrutar de estos momentos y por poder acumular tantas experiencias.

sábado, 26 de enero de 2008

Lo que pasa en mi garaje

Recientemente me he adentrado en un mundo oscuro, un lugar en el que realidad y lo que, a primera vista, parece ficción se encuentran separados por una muy delgada línea. Hablo del garaje de mi edificio. Allí donde cada noche descansa mi moto y donde la palabra rata no se escribe con mayúscula sino con mayúsculas. RATA.

Si bajas antes de las 8:30 te encontrarás con unos 20 guardias de seguridad formando enfrente de una de las puertas de los ascensores. Sin duda una visión desconcertante a esas horas de la mañana. El proceso dura unos diez minutos y durante todo este tiempo uno de ellos no para de gritar en las caras del resto. La escena me recuerda a la chaqueta metálica que a su vez siempre hace que me pregunte dónde se ha metido Matthew Modine durante los últimos diez años.
Al llegar del trabajo te sueles topar con una grupo de gente jugando improvisadas partidas de ajedrez o viendo partidos de fútbol en televisión, lo normal en un garaje. A los indonesios le encanta el fútbol y me han contado que los días posteriores a los partidos importantes de Champions, aquí los echan de madrugada, el tráfico se nota más fluido en toda la ciudad. Lo del ajedrez me tiene más desconcertado pero lo cierto es que la imagen se repite en muchos rincones de la ciudad. Si sales para cenar, probablemente te encuentres con gente durmiendo en pequeñas casetas en frente de los coches. No sé quién son estás personas pero parece que siempre tienen mucho sueño. Yo, que no quiero molestar, siempre llevo la moto al ralentí cuando paso por delante de ellos. Pero la otra noche me sucedió algo aún más surrealista. Algo tan extraño que es lo que realmente ha dado pie a que os cuente sobre mi garaje. Llegaba de madrugada. Había llovido y tenía la ropa calada. Al entrar en al garaje me encontré, sorpresa, con las dos plantas llenas de humo. Sentí como si un golpe frío me golpease la cabeza. Me di cuenta de que era solo un ataque de miedo. La densidad del humo era tal que casi no veía mis propias manos. Por algunos es sabida mi ligereza para llamar a los bomberos. Recuerdo aquella vez en París. Llamamos dos veces. La segunda, mientras oíamos las sirenas por los Champs de Mars, para avisar de que se trataba de una falsa alarma. Pardon!

Esta vez tampoco dudé. Sin embargo, al dar la vuelta para dar la voz de alarma escuché, con el humo metiéndoseme en los ojos, el rugido de una moto y el ruido de unas risas. A lo lejos se distinguía la silueta de dos figuras. Dos chavales que andan siempre de reparaciones por el edificio, a lomos de una moto, y armados con una suerte de desmaterializador. Un cacharro de dimensiones considerables que suelta una zorrera al estilo del 944 negro de la Chopera. Al acercarme me explican, entre risas, que están fumigando. A cubierto! pienso aturdido por el humo, ha empezado el Apartheid indonesio! Que yo no me creo que esa sea manera de matar cucarachas! Nervioso y sin capacidad de pensamiento, me uno a sus risas, provocadas sin duda por los gases, y sin creerme muy bien lo que había visto me subo a casa a dormir. Llegué a mi apartamento empapado, con los ojos rojos y con la sensación de que todo había sido un sueño.
Así es mi garaje. Raro, raro, raru.

miércoles, 23 de enero de 2008

"¿Dónde ha venido el Ney, Ci?"

Unos días sin Internet en casa, una punta de trabajo en la oficina y una vida social más ajetreada que la del Ge en su periodo de entre-novias, me han alejado casi dos semanas de ustedes. O al menos eso es lo que me hubiera gustado poder escribir. La verdad es que el nivel de trabajo en la oficina se puede representar mediante un encefalograma plano (el de uno de los miembros de la oficina para ser más exactos) y a que, en realidad, no ha pasado nada interesante en mi vida durante todo este tiempo. Lo del problema con internet es cierto pero el blog lo actualizo desde la oficina, después del EL PAÍS y antes del El larguero.

Bien, ya he dicho que no tengo nada que contar pero si que hay algo que desearía compartir con todos. Me remonto dos semanas para poneros un par de videos ("Toma 1" y "Toma 2") del Citro (Spiderman in person 2?) en la habitación del hotel en el que nos quedamos en Kuala Lumpur, una ciudad en la que ir al servicio se puede convertir en todo un vicio. Los subo para ver si el chaval se hace tan famoso como el Koala.

"Toma 1" o no todo sale bien a la primera



"Toma 2" tampoco sale necesariamente bien a la segunda



La respuesta a si he probado el retrete es, claaaaro. La respuesta a si me ha ha gutado es... es... demasiado personal.

lunes, 14 de enero de 2008

A la tercera, KUALA

A la tercera va la vencida, o al menos eso es lo que dicen. Como las cosas a este lado del mundo siempre cuestan un poquito más, no han sido tres sino cuatro las veces que he pisado suelo malayo hasta que, por fin, este fin de semana he cambiado la palabra transitar por visitar y me he quedado un fin de semana en Kuala Lumpur.

A primera vista Malasia no parece tan diferente de Indonesia. Mismo clima, misma vegetación salvaje e idiomas similares. Hasta la traducción "confluencia de lodo" parece acercar a ambas capitales. Al montarme en el autobús, sin embargo, me en
cuentro un mundo totalmente diferente. Autopistas sin bachear al estilo autobhan, una proporción coches-moto de lo más normal y gente que me habla en inglés. Hasta me dan un ticket al montar en el autobús. Pronto descubro que estaba equivocado, el mundo es el mismo pero con 20 años de adelanto. De hecho, la diferencia es tan notable que me atrevería a decir que Kuala Lumpur es más parecida a cualquier ciudad europea que a Yakarta.

Aún no lo he dicho pero el motivo de mi visita ha sido el de brindar otra visita. El Citro estaba de paso en la ciudad y no sabéis las ganas que tenía de ver al fin una cara conocida. Este fin de semana se ha convertido en un homenaje a una vieja amistad, a un viaje a Ámsterdam y a mil caídas con los patines. No ha sido el momento de los Artic Monkeys pero Mr. Brightside vino a tocar. Hemos descubierto la figura del corta-rollos y aunque no ha sido a lo Old Church, nuestros Dunhill han caído. Hemos bebido hasta reventar, a la luz de las Petronas y en el Zeta Bar. Hemos rememorado el espíritu de Kandinsky. Ha sido el fin de semana en el que el Ney ha volado hasta Yakarta, Toma 1, para llegar a Kuala Lumpur en la Toma 2. Hemos delimitado la línea entre las películas de culto y las demás, y nos hemos despedido con la promesa de volver a escuchar La Llamada del Cthulhu. Todos juntos, como entonces.

Pero sobre todo has sido el momento de rememorar aquella frase mítica de "yo gano más de lo que puedo gastar". Jajaja, ah sí? pues a apoquinar!


El fin de semana también me sirvió para ponerme al día de lo que se cuece por Madrid. Me enteré de que, pese a que X está embarazada, X' no ha faltado a su cita con las navidades y se ha pasado 15 días de borrachera. Que Y se ha apuntado a clases de baile con Y´ y que encima le está gustando. Que para que no ande fumando cualquier mierda, Z padre le pasa ahora la marihuana a Z hijo y así tantos otros chismorreos. Histoiras a las que desde la distancia habría que poner un sombrerito encima porque las variables, en el fondo, no parecen variar.
En tres semanas repetimos la historia, mismos personajes con diferente escenario. Señor, por aquí le espero.

miércoles, 9 de enero de 2008

Inundaciones en Yakarta

La temperatura media en Indonesia es de 26 grados. Las cuatro estaciones, el invierno o el verano, no existen sino en la mente de los expatriados. En esta parte del mundo sólo hay dos estaciones, véase una seca y otra húmeda. Como es lógico en la seca no llueve y en la húmeda sí. Como no es lógico, la temperatura no varía apenas de la una a la otra.

La estación húmeda comienza en diciembre y se alarga hasta bien entrado marzo. Debo admitir que la palabra “húmeda” se me antoja, pese a su connotación sexual (jarl!), un término demasiado suave o decoroso para referirse a lo que últimamente vengo presenciando. Estamos en enero y, sí, ha llegado la hora de mojarnos. En la calle llueve casi todas las tardes durante 3 o 4 horas y lo hace de una forma a la que no estamos acostumbrados en nuestra, siempre moderada y clemente, Europa (qué sensación de bienestar con solo pronunciarte).Hace poco he sufrido una inundación en mis propias carnes. Fue horrible, acabé tan empapado como si saliese de una piscina. Sucedió la otra mañana. Intentaba cerrar el grifo de la cocina con tan mala suerte (y tan malas calidades) que me quedé con él en la mano. No sé si dar las gracias o decir que por desgracia, y por el momento, la única inundación seria que se ha producido en Yakarta ha sido en mi apartamento… Un chorro al ojo en plan dibujos animados y en un minuto el agua llegaba al pasillo. En tres ya llegaba hasta a mi habitación y a los cinco, con una toalla haciendo presión contra el torrente, y con al menos dos dedos de agua anegándolo todo, cortaron el agua.

Inundaciones en Yakarta. Qué pasa? mi apartamento también es Yakarta, no?

Lo bueno es que un minuto después llegó a mi apartamento un escuadrón de hormiguitas trabajadoras. Siete indonesios, entre seguridad y limpieza, que le dieron un aire de camarote de los hermanos Marx a mi apartamento y que limpiaron y recogieron todo mientras yo, entre indignado y descojonado, me ponía unos pantalones secos, a lo Risky Business, encima del sofá. Ayayay!

domingo, 6 de enero de 2008

Los Reyes

Dicen que los niños vienen con un pan debajo del brazo y, a estas alturas, ya nadie tiene duda de que Los Reyes son los padres pero... hubo alguna vez prueba tan flagrante?

jueves, 3 de enero de 2008

De Viaje... (por Australia)

Que ya es 2008 y que ya estoy de vuelta de Australia (otra vez)!!!

Que como la experiencia es un grado, esta vez no sonreí y directo que marché al mostrador reservado para diplomáticos. Después de lo que me hicieron pasar en el aeropuerto de Perth tenía ganas de revancha así que todo digno, sin esperar cola y sacando el pasaporte de servicios (El rey ordena bla, bla…) en plan Dirty Harry desenfundando su Magnum del 44 y casi atizándole con el en los morros a la especimen de aduanas. No contaban con mi astucia, la digo con el pensamiento. Un repaso de arriba abajo, un en serio eres diplomático? y una expresión de yo-a-Clint-Eastwood-me-lo-como-para-desayunar, bastaron para desarmarme. Kind of, respondo yo nervioso y sin mucha confianza a punto de derrumbarme. Hmmm! I need to check something in your passport, tras lo cual, y NO es coña, lo mete debajo de un microscopio y se pone a examinarlo al más puro estilo Dexter. Joder, susurro, pero qué hostias le pasa a esta gente?

Ya en Sydney he visto arañas tan grandes como un puño y murciélagos del tamaño de la Chimba. He visto Willow y con una Guinnes para desayunar hemos vuelto a ganar en el Camp Nou. En las Blue Mountains cambié la vida de becario acomodado indonesio para acabar fregando platos en nochebuena con los becarios de Sydney.

He conducido 1500 kms por la izquierda. Cinco días, 660 fotos, 45 saltos y cuatro rotondas del revés nos han bastado para recorrer la Princess Highway y la Great Ocean Road. De Adelaida a Melbourne. He saludado a una docena de canguros, tres vivos y el resto muertos. He dormido en cabins en los que parec
ía que se estaba rodando la segunda parte de Jumanji bajo la cama, he desayunado muffins para cenar e, inocente de mi, me he quemado un 28 de diciembre.Y, a falta de uvas, he celebrado el año nuevo con cherrys. Con Sus a un lado y la Opera House al otro. El día 30, que el 31 me pillaba en las nubes y lo de las 48 uvas era una broma, y con la sorpresa de un ensayo que parecía hecho para nosotros solos. Con la anglosaja cuenta atrás (10, 9, 8…) iluminando el Sydney Harbour Bridge y las, más cañís, campanadas de una iglesia en la distancia marcando el ritmo de cada cereza que nos llevábamos a la boca.
Y nada más, que ya estoy de vuelta de una ciudad y un país del que me marché en 2007 para no llegar a destino hasta 2008. Pero eso ya es otra historia.