jueves, 30 de abril de 2009

Extraños en un Tren

Es curioso, pero hasta hace bien poco no estaba acostumbrado a coger trenes. Por una cosa o por otra apenas había disfrutado de ellos, ni de los cercanías por Madrid ni de los de larga distancia por España. Curioso digo porque este medio de transporte se ha convertido recientemente en mi modo de viajar más habitual y no lo hago acompañado, muy a mi pesar, de españolitos como tú y como yo, gente de maneras refinadas, educados, y siempre discretos en nuestros comportamientos.

En mi última visita, muchos me dijisteis que, fotos chorras y cortes de pelo aparte, apenas contaba nada sobre mi vida a diario. Bien, pues...

Cada mañana camino del trabajo y cada tarde de vuelta a casa paso una media de cincuenta minutos por trayecto montado en el tren. Gracias a Dios, con mayúscula, los trenes suelen estar en buen estado, tanto que, si no tuviésemos en cuenta otro tipo de factores ,la diferencia entre bajarse en Shah Alam o en Plaza de Castilla sería prácticamente nula. Las diferencias son apreciables desde el punto de vista de la compañía y de las estaciones. Empecemos por esto último.

El por qué del mal funcionamiento de los tornos es, a mi humilde modo de ver, algo inexplicable. Una de cada dos veces tu billete no funciona, la máquina lo coge y lo lee pero no lo reconoce. Con algo de suerte habrá un torno abierto por el que podrás pasar sin necesidad de introducir el billete; en caso contrario, tendrás que recurrir al siempre socorrido saltito para entrar, que no colarte. El oscuro mundo de los tornos debe ser algo más complejo de lo que a primera vista puede parecer; estoy seguro de la dificultad que entraña diseñar y desarrollar una máquina capaz de leer correctamente un billete, pero lo que no sabía yo era que su gestión requiere de un cerebro libre de amodorramientos inherentes al trópico y/o torpeza extrema, tan escasos por estos lares. Da lo mismo la afluencia de gente de entrada o de salida que siempre habrá los mismos tornos de entrada que de salida. No importa que en mi estación entre una persona al minuto ni que al llegar un tren se bajen de sopetón 200 malayos, siempre habrá 3 tornos programados para la entrada y otros tres para la salida, con los consiguientes follones para salir. Si además tomamos en consideración que al menos uno de los tornos siempre está roto (y que, debido al mayor uso, casi siempre se trata de uno de los que monta follón) y que la conducta malaya no entiende de colas ni organización ni duchas diarias la escena acaba por parecerse más a un corral de granja que a la salida de una estación de tren.

Las sensaciones sonoras que puedes percibir al entrar en un tren malayo son similares a las que puedes experimentar si pasas una noche en la jungla. La gente emite tantos y tan diversos ruidos que un ciego no tendría problemas para saber el número exacto de viajeros que ocupan su mismo vagón (y cada uno de los inmediatamente contiguos). Si además tiene el olfato fino no le resultará en modo alguno complicado identificar qué ha comido la gente hoy. Eructos, gritos, ladridos, flatulencias (diga peeedos!), carraspeos y ronquidos… la habilidad malaya para expresarse guturalmente no conoce límites y, sin duda, sobrepasa con creces la nuestra. Sonidos de los que nosotros nos avergonzaríamos aunque se debiesen a nuestras propias necesidades fisiológicas y los cascásemos en el baño y a solas son de lo más corriente entre la comunidad malaya.

La gente en este país adora las melodías de móvil, lo que unido a su debilidad por los pitufos maquineros y a que, o bien Nokia no ha incorporado la opción del volumen a este mercado o los malayos no la han encontrado, podría acabar por destrozar los nervios de cualquiera a tal nivel que hasta Iniesta podría llegar a perder los papeles. Otra opción que aún no controlan es la de ponerle un tono sencillo a los mensajes (el día que escuche un simple beep juro que me levanto y le pego un abrazo al díscolo), los pitufos maquineros deben de ser una especie de virus extendido a todas y cada una de las alertas del móvil. Ahora imaginaros la escena de la otra mañana, a un lado yo concentrado en mi libro y al otro un chaval en plena efervescencia adolescente periquiteando con alguna chavala con la que debió intercambiar unos doscientos mensajes en veinte minutos. Pese a mi fobia por cuidar los libros, la peor parte se la llevó precisamente éste, que debido a la tensión acumulada acabó como si lo hubiese estado estrujando mi sobrino de año y medio durante todo el trayecto. Era eso o ensañarme con la cabeza del pipiolo.

Pero si hay algo que no aguanto y que llevo realmente mal es la forma tan descarada en que la gente se te queda mirando. Levantas la vista del libro y ahí está, un individuo cualquiera (la mayoría de las veces suelen ser hombres) mirándote fijamente, como si aún estuvieses leyendo en lugar de estar fijándote en él. Tu reacción inicial es la de apartar la mirada pero al rato vuelves la mirada y ahí sigue, con cara de panoli, observándote. Mentalmente te cagas en él una y otra vez porque ya te ha cansado con tanta miradita y no puedes concentrarte en lo que estás leyendo; si estuvieses en otro país pensarías que tienes algo en la cara o que está tratando de transmitirte algo. Al final optas por mantenerle la mirada, pero él, muy burro, no la aparta. Me cago en tu puta madre, joder. La frase ya no es mental, ha salido de tus propios labios. La respuesta no se hace esperar: él, que no sabe lo que dices, te saluda como recién despertado de un sueño, te sonríe y por fin mira a otra parte.

Ahora sí, no todo el mundo es así de desaprensivo hacia el viajero insonoro; de hecho, la mayoría de la gente opta por dormirse en cuanto pone un pie en el tren. No es raro levantar la cabeza del libro y comprobar que las diez personas sentadas enfrente de ti, todas menos el cabrón que sigue mirándote, están dormidas profundamente cabeceando y poniendo caras. Están tirados los unos encima de los otros y se mueven rítmicamente al son del tren. En general, les encanta dormir en los medios de transporte. En mi último vuelo a Londres hubo gente que no abrió el ojo en las 13 horas de trayecto. Al de mi derecha me dieron ganas de pincharle con un palo a ver si aún seguía con vida. Les gusta tanto que una compañera de trabajo se quedó sorprendida al descubrir que no dormía en el tren -¿y qué haces durante ese tiempo?- me preguntó sorprendida. Controlarme, para no perder la cabeza, me dije.Sé que vivir en un país que no es el tuyo te obliga a enfrentarte a un montón de diferencias culturales, lo cual acepto e incluso disfruto en la mayoría de los casos. Es más, quizá sea ese el principal motivo por el que me encuentro hoy aquí. Pero dejémonos de jodiendas e imaginémonos los eructos, los pisotones y el juego de las miraditas dos veces al día, todos los santos días días del año. De ida y vuelta. Para cagarse.

lunes, 27 de abril de 2009

A Otra Cosa (Mariposa)

From: klphoto <info@klphotoawards.com>
Subject: KL Photoawards 2009
To:
info@klphotoawards.com


(qué emoción!)

Dear Entrant (sí, sí, yo. Soy yo!),

Thank you
(de nada) for entering your work to the first KL Photoawards 2009. The judges have deliberated and have made their final decision (y yo con estos pelos!) and I am sorry (what!) to inform you that your work was not selected as a finalist for the exhibition (Whattt!???). We do however feel it is important to tell you that although you did not get in to the exhibition, your photographs (dilo, dilo: tus mierdas de fotografías quieres decir?) did make it to the second round of judging. For our first year the awards attracted some 500 (menuda pasta os habéis sacado) entries and only 46 were short listed for exhibition
(46 cabrones!). The standard and quality of photographs entered was also very high (tan high que me habéis dejado fuera). We wish you very best wishes (and a happy new year, no te jode) in the continuation of your photography and hope that you will consider applying to the competition again in the future (jajaja, qué gracia!).

Starting Friday 20th March, you can view the finalists entries on the website and also vote for your favourite portrait online
(también tengo que pagar?). You are also invited to attend the Awards Evening at 7:30pm Thursday 7th May, 2009 at The Annexe Gallery, Central Market, Kuala Lumpur (¿me vais a devolver el dinero?). entries and only 46 were short listed for exhibition

The Awards Team
-- KL PHOTOAWARDS 2009
http://www.klphotoawards.com/


Bueno, dejándonos de chorradas os digo que tampoco me hacía muchas ilusiones
(mentiroso, que llevabas dos semanas sin dormir) y que podeis entrar a echar un vistazo de las 46 fotos (las de los cabrones) seleccionadas en el enlace de ahí arriba que están muy bien (mentirosooooo).

martes, 21 de abril de 2009

Una Semana de Bufanda y Zurrón

El jueves pasado alguien me preguntó que si tenía ganas de volverme a España. Estaba en La latina, eran las once de la noche y ya llevaba unas cuantas cañas encima. ¿Estás de coña -respondí- quién no querría volver a esto?

O a esto…

La primera fiesta en casa del Citro, una etapa de (con) montaña y, encima, contra el reloj. El KO técnico del Pippen o la obstinación de Luigi por que Raúl vuelva a la selección. Al Buly, el jardinero enajenado, redecorando selváticamente los cuartos de baño. Las poses con los restos de un frutero, otrora yoyo, y las fotos con el campanile de fondo. Esas fotos que enseñan por qué no me puse los pantalones azules, los llevaba Antonio puestos, en la cabeza. A intentar robarle la pizza al pobre, que no-puto, pizzero, a cambiar de estrategia y ofrecerle dinero a cambio. A comer pizza con doble de anchoas… claro que si hablamos de comida no puedo dejar de referirme a uno de los mayores placeres que existen y que nunca existirán: la siesta, arropado y calentito, después de un plato de cocido (si es de mi madre, mejor) aderezado con media barra de pan ¿Quién no querría volver a la Quinta y a sus veinte años, por lo menos, de aperitivos dominicales? O a ver la nueva casa del Patata y, por ende, la nueva habitación del Beni, que me cuenta sobre lo poco que hace en su trabajo, ya somos dos amigo. A volver a tomar un café, y nada más que en vaso, privilegio negado a no residentes, en el Dancar, donde el chaval detrás de la barra quiere venir a visitarme a un lugar llamado Guana Lumpur, cierro el bar y me voy fijo! A ver a Sofía (tiene dos años Carlinhos!) y ya es capaz de deletrear Kuala Lumpur letra por letra, y hasta señala sin titubear el lugar exacto en un mapa...

...A pasar la tarde con Nicolás, que al verme me señala y ya dice, tío David (o algo parecido), y a Dani, la razón por la que su abuelo se levanta cada mañana, que ya empieza a gatear. A comprobar lo hinchada de la tripa de mi cuñada y a entrar en el debate sobre nombres futuribles. A pasar frío de nuevo, a tener las manos rojas y a utilizar bufanda (quién dijo fular?). A pasear con zurrón. A salir a tomar algo con Isabel y su hermana, embajadoras de la vida perrilla, y con su prima, que está haciendo las oposiciones. Volver a saludar a D. Amir, con sus pantalones pistacho y su Sarón al cuello. Saludar de nuevo a su bigote. A ver, por fin, otro soporífero partido del Madrid y no dormirme en el intento. A coger el coche y conducir dos calles seguidas por la izquierda hasta que lo reviento y tengo que volver a llevarlo al taller, Sergio! tarjeta VIP ya! A salir y tomarla con mis compañeros de Máster, Dios los cría y nosotros nos… emborrachamos. A ver a Raquel y a Liber (y a la prima, maldita!) después de tantos años. A escuchar al Maison, muy tieso y con los ojos como platos, decir que Juan se nos casa (Felicidades!). Y, por lo visto no es el único (ex) PBL oiga (Milagro!). Y para irme como me fui, una timba de póker y un, más que ganado a pulso sobrenombre, Nemofe. El Buly dice que me lo haga mirar… yo le digo que se agache y que me lo mire él.

A TODOS: lo pasemos pirata, verdad? Nos vemos pronto.

sábado, 4 de abril de 2009

A Day at the Races

Kit de Fórmula Uno:
- Entrada de estudiante al 20% de su precio original
- Carnet de estudiante (cortesía de la diseñadora gráfica de mi trabajo)
- Tapones para no quedarme sordo
- Pase para la Fiesta de McLaren Mercedes (lo siento Fernando)
- Bocata de chorizaco (Gracias Mamá!)

Me voy corriendo que no llego.

--- actualización después de la carrera ---
Si hay algo seguro en esta vida, si la historia nos ha enseñado algo, es que siempre llueve hacia abajo y que, además, en Kuala Lumpur lo hace T-O-D-O-S los (putos) días a las cinco de la tarde. Genial idea la de cambiar el horario de la carrera a la tarde!

jueves, 2 de abril de 2009

Una Mañana en Phnom Penh

Una mañana libre en Phnom Penh es todo el tiempo que me queda después de una dura semana de trabajo. Del ambiente de la ciudad, de su calor y sus olores, ya me había impregnado antes en los numerosos trayectos que habrían de llevarme de una punta a otra de la ciudad, de reunión en reunión y de tuk-tuk en tuk-tuk. Me gusta esta ciudad. Dicen que un día, allá por la década de los sesenta, Phnom Penh era un paraíso en el que Oriente se fundía con la arquitectura y la bollería francesa. Pese a las tres últimas décadas del siglo XXI hoy la ciudad conserva mucho de aquel encanto. Aunque me temo que pronto cederá esa inocencia para convertirse en una megalópolis más, un Bangkok o una Yakarta.
Entre las opciones que la ciudad me brinda hoy están la de visitar el Palacio Real, ver la Pagoda Plateada o pasear a la orilla del río viendo viejos edificios coloniales. También podría dedicar mis últimas horas en Camboya regateando en el mercado ruso, descansando junto a la piscina del hotel o probando arañas fritas en el Mercado Central. Pienso que tal vez debería visitar…
Durante el periodo de los Jemeres Rojos El S-21 fue el centro de detención más importante del país. La “S” proviene del término security y el 21 nos deja bien claro que al menos había otros 20 centros como éste en el país. En realidad llegó a haber más de 200.
En unos veinte minutos de moto-taxi llego al antiguo colegio que hace tres décadas funcionó como prisión. Está compuesto por dos barracones de tres plantas cada uno, una cancha de deporte en medio y un par de cabañas para guardar material. Es curioso comprobar cómo aún existen en la ciudad decenas de centros escolares idénticos a este que hoy en día conforma el museo del genocidio camboyano. Sus aulas probablemente tengan las mismas baldosas, rojas y blancas, las mismas pizarras de madera y el mismo aire decadente. Lo que seguro no comparten son las centenas de fotografías en blanco y negro de hombres, mujeres y niños que hoy adornan las paredes del S-21. Ni las manchas de sangre que aún hoy salpican los techos de algunas de las clases. Miles de personas fueron castigadas y sentenciadas aquí por no compartir los ideales del Hermano Número Uno, Pol Pot, uno de los genocidas más sanguinarios de la historia.

Libros, documentales y hasta una película, The Killing Fields, que ya vi una vez en clase de Filosofía en el colegio, han ocupado gran parte de mi tiempo libre durante las últimas semanas. Desde que supe que por motivos de trabajo tendría que pasar unos días en Camboya comencé a acercarme a la historia reciente de este país, una historia fascinante que podríamos resumir así: liderada por el príncipe Sihanouk, Camboya, por entonces colonia francesa, consiguió la ansiada independencia y durante los 50 y los 60 el país se convirtió en uno de los más prósperos de la zona. La guerra de Vietnam se expandió a Camboya cuando Estados Unidos bombardeo la parte noreste del país. Las bombas destruyeron numerosos pueblos y dejaron tras de sí más de medio millón de muertos, la mayoría civiles. Aunque los jemeres rojos ya existían desde mucho antes es solo entonces cuando se produce el auge del grupo comunista. Para terminar de empeorar las cosas en 1970 Lon Nol, un general apoyado por los Estados Unidos, derrocó al príncipe Sihanouk y gobernó el país con políticas corruptas y pro americanas. En 1975 los jemeres rojos consiguieron hacerse con el control del país ordenando la evacuación de todas las ciudades el mismo día en que se liberó la capital. Era el año cero y se acababa de proclamar un nuevo estado, la Kampuchea Democrática.
Sobrecogido por el silencio en cada una de sus aulas dejo atrás el colegio. El mismo motorista se ofrece a llevarme a los Killing Fields, a unos 15 kilómetros a las afueras de la ciudad. Agarrado al sillón de la moto miro mi reloj pensando en que en apenas unas horas tengo que estar de vuelta en el aeropuerto.

Profesores, médicos, empresarios, abogados… Todo el que tuviese educación era un peligro para la revolución y era aniquilado sistemáticamente. Al menos 200.000 personas fueron ejecutadas por los Jemeres Rojos en campos como en el que ahora me encuentro, en Choeung Ek, donde una estupa llena hasta arriba de calaveras honra hoy la memoria de todas las victimas de semejante paranoia. Además se estima que alrededor de dos millones de camboyanos perdieron la vida en menos de cuatro años. Casi un cuarto de la población en total.
Al despedirme del motorista que me ha llevado y traído durante toda la mañana por apenas cinco dólares pienso en lo que este hombre ha debido de pasar en su vida. Debe rondar los cincuenta años por lo que la tragedia le sacudió en la flor de la vida. Me pregunto cuántos familiares habrá perdido, en qué condiciones vivió y trabajó durante aquellos cuatro años de sin sentido. Pienso en que me alegro mucho de haber viajado a Camboya, de haberme mezclado con sus gentes y de haber aprendido tanto. Me vuelvo pensando en que volveré a Phnom Penh, a saldar la deuda que tengo con el Palacio Real y el Mercado Central, las caras sonrientes de esta amable ciudad.