miércoles, 25 de febrero de 2009

Kali-Ma! Kali-Ma!

En Malasia se celebran anualmente una gran variedad de eventos seculares y, sobre todo, religiosos. Véase entre otros la Navidad, el Año Nuevo Chino, el Ramadán, el Deewapali, la reencarnación de Visnú, el Yom Kippur, Hanukkah, el cumpleaños del Rey (en caso de tenerlo) y, quizá, hasta la muerte de Martin Luther King…

O el Thaipusam, un festival indio que conmemora el cumpleaños del dios Murugan. Cada año, más de un millón de personas se citan en las Batu Caves, donde se encuentra la estatua más grande del mundo del dios en cuestión, para dar gracias y cumplir con alguna promesa hecha en el pasado, el nacimiento de un hijo, la curación de alguna enfermedad grave, un aprobado en mates, etc.

Normalmente, la promesa se lleva a cabo peregrinando desde Kuala Lumpur hasta las cuevas portando unos calderos dorados llenos de leche en un recorrido de unos 15 kilómetros que culmina con la ascensión de 272 peldaños hasta la boca de la cueva. A lo más que llega la mayoría para cumplir sus promesas es a raparse la cabeza o a hacer el recorrido descalzo. Sin embargo, los más atrevidos o devotos (lo más locos en mi humilde parecer) recorren el camino con ganchos incrustados en la espalda y agujas clavadas en las mejillas o en la lengua, en lo que se conoce como la mortificación de la carne. Aunque apenas se ve algo de sangre, el espectáculo resulta bastante grotesco, más si cabe cuando tu compañero indio de trabajo te explica que estos peregrinos hacen la caminata en estado de trance (uuuh!) y que, pese a las docenas de piercings y tridentes que agujerean sus cuerpos, los peregrinos no sienten absolutamente nada de dolor.A pesar de la espectacularidad de algunas escenas y de un momentáneo “la virgen, dónde me he metido”, de nuevo a mi humilde parecer, algunos aspectos de la ceremonia resultan un poco teatreros, como los bailes que los tipos se marcan, supuestamente en estado de trance, y las miradas asesinas que echan a los curiosos que se acercan a presenciar la marcha, que recuerdan a los mejores momentos del Último Guerrero, a punto de sufrir el baile de San Vito mientras invocaba a Manitú; o la posterior salida del trance, que se produce cuando un sacerdote acerca una vela a la cara del peregrino que instantes después sufre un desmayo momentáneo en lo que parece el making of de la escena en que Tapón pasa una antorcha por la cara a Indiana Jones para despertarle de su letargo en el Templo Maldito. Hasta alguno parecía disfrazado de Mola Ram, Kali-Ma! Kali-MaAl llegar de nuevo a la oficina el lunes, me encuentro con compañeros indios con bolas de billar donde antes lucieron melenas, pero sin ninguna perforación en la cara ni rasguños en la espalda. Creo que este año hicieron el sorteo para que ver quién hacía el indio y representaba el paripé, y por suerte o por desgracia, a ninguno de los de aquí de abajo le tocó hacer el ídem.

martes, 17 de febrero de 2009

KL Photo Awards 2009

El día 28 de febrero, en 10 días, acaba el plazo para presentar fotografías al Concurso de Fotografía de Retratos de KL 2009. El término retrato, dicen en la página web, debe ser interpretado en su sentido más amplio, centrándose en la relación de los individuos con su entorno y no necesariamente en un rostro o expresión.

Como parece que a todos los jóvenes nos ha dado por la fotografía he decidido presentar tres imágenes, el máximo, así que desde aquí os pido que me echéis una mano a decidir cuáles deben ser las elegidas. Para ello he abierto una encuesta (a vuestra derecha) en la que podeis votar por la fotografía que más os guste (o menos os desagrade, que para el caso viene a ser lo mismo). No hay reglas, podeis votar por más de una y cuántas veces queráis.

Gracias por vuestra ayuda.

Por cierto, un amiguete tiene una exposición fotográfica hasta el próximo 30 de marzo en "La Buga del Lobo" (no confundir con la "Boca del Lobo", el sitio en el que muy mal se tiene que dar para no...). Aquí os dejo el contacto por si alguien se anima, seguro que está genial y además el autor invita a cervezas por la cara. Eduardo Rejón, de este a oeste, 18 años después de la caída del muro

jueves, 12 de febrero de 2009

El Parque de Atracciones Más Grande del Mundo

Como el de Tailandia fue un viaje largo y variado, decidí hacer una excepción y dividir la entrada en dos, así vosotros os aburríais menos y a mi me daba más tiempo a escribir la segunda parte.

Si la semana pasada os hablaba sobre Bangkok, hoy toca hacerlo sobre lo que vino después, sobre Damnoan Saduak y sobre el norte de Tailandia. Pero antes de empezar me gustaría haceros un símil sobre mis impresiones sobre Tailandia, país que, musicalmente hablando, sería algo así como ese grupo que hacía algo diferente y que casi solo tú conocías, ese que con el tiempo se hizo tan popular y tan comercial que terminó por ser el grupo favorito de ese amigo tuyo que no tiene ni puta idea de música y que ahora no para de sonar en la radio (y de ganar Grammys!).
Por desgracia, todo el exotismo que evoca su nombre se pierde casi al poner un pie allí. Damnoan Saduak, a 70 kilómetros de Bangkok, es la población que da cobijo al mercado flotante más popular de toda Tailandia y debió ser, en una época no muy lejana, un lugar mágico donde centenares de personas acudían cada mañana en sus barcas a vender fruta y otros alimentos. Hoy, sin embargo, el mercado se reduce a varias decenas de barcas llenas hasta arriba de turistas, a unas cuantas mujeres locales vendiendo bananas fritas y a un puñado de agencias intentando cobrarte por llevarte en barca cuando el trayecto se puede hacer tranquilamente andando al lado del canal.

La experiencia al menos sirve para hacerte una idea de cómo debió ser el mercado en otra época, de cómo el dinero cambiaba de mano en mano, de barca en barca y en el sentido inverso al que lo hacía la mercancía, hasta que llegaba al bolsillo de la vendedora. Hoy en día la visita al mercado no está del todo mal, se pueden sacar algunas fotos chulas pero, como a menudo sucede en Tailandia, el mercado flotante tiene mucho de trampa para turistas.

Chiang Mai, a 700 kilómetros al norte de Bangkok, es la segunda ciudad más grande de Tailandia y la puerta de entrada al Parque Nacional de Doi Inthanon. Hasta allí fuimos para hacer una excursión de tres días caminando por la jungla y durmiendo en pueblos indígenas. La jungla no era otra cosa que árboles y zarzas (si estuviese en España lo llamaríamos bosque), con rutas muy bonitas y campos de arroz sin cultivar. Los indígenas, en su mayoría Karen, viven en pueblos perdidos de montaña, en pequeñas tribus perseguidas en sus países de origen, Birmania, Laos, China… y que, debido a que ahora sirven de atractivo turístico a su nuevo país, han perdido parte de su esencia primitiva.
Durante la ruta coincidimos con tres irlandeses en su parada tailandesa de su vuelta al mundo, una pareja de franceses viajando por Asia después de haber vivido varios meses en Australia y, lo mejor del viaje, otra pareja de franceses de más de sesenta años en mitad de su viaje anual. Se llaman Christian y Anie y desde que se retiraron hace varios años se dedican exclusivamente a viajar por el mundo. Un día se compraron dos bicis y dieron la vuelta a Francia siguiendo la ruta del Tour. Cuando subieron al Turmalet sabían que estaban preparados para mayores retos y se marcharon a Sudamérica para recorrer Argentina y Chile de arriba abajo dos veces. Han estado por todo el mundo y parece que no se cansan de viajar: "el sueño de Anie", dice Christian con cara de resignación, "es cruzar Mongolia a caballo, así que en cuanto volvamos a Francia nos toca aprender a montar". Es como la súper abuela pero con marido.

Acabado el trekking decidimos alquilar una moto para viajar un poco a nuestro aire y alejarnos del circuito turístico. Fuimos hasta Chiang Rai y desde ahí a Mae Sai, zona más conocida como El Triángulo Dorado, lugar en el que Laos, Birmania y Tailandia unen sus fronteras y en el que tienen montada la principal fuente de opio del mundo. Por allí cerca encontramos un pueblo de mujeres jirafa al que dudamos si visitar o no. Habíamos leído acerca de este pueblo y de cómo las autoridades tailandesas lo tratan como mero reclamo turístico, pero al final la curiosidad venció y decidimos acercarnos hasta allí sólo para comprobar que realmente era más un zoo humano que una aldea, otra atracción más.
Imagino que viajar a Tailandia puede resultar una auténtica aventura o un auténtico desastre, y que al final todo depende de las expectativas y experiencias previas de cada uno. Dormir en el suelo de la casa de una anciana de cien años que te deja probar su cigarro de hoja de banana debe ser lo más para el europeo que aún llega repeinado para pasar dos semanas de vacaciones. Viajar en elefante, abrazar a un tigre dopado o visitar etnias "perdidas" que mañana recibirán a otro grupo de turistas puede resultar un circo para otros. Tailandia es un grupo de música que llena los estadios en cada actuación pero que ha perdido el respeto de la crítica. Pero claro, de qué me voy a quejar yo si me he apuntado al carro cuando ya sonaba en los cuarenta.

Nota final: pese a lo que pueda parecer, me lo he pasado muy bien. Y es que... ¿quién no se divierte en un parque de atracciones?

viernes, 6 de febrero de 2009

The Big Mango

¿Cuánto puede cambiar una ciudad en unos meses? En apariencia, seguro que no mucho. Las mismas calles, la misma gente, olores similares. Un edificio terminado que entonces estaba en construcción, quizá. Claro que esa no es la pregunta. Lo que quería decir es ¿cuánto puede cambiar tu percepción de una ciudad de un año para otro?

Aunque la idea la tenía en la cabeza desde que volví a pisar Bangkok hace ya un par de semanas, la clave para explicarlo me la acaba de dar la siempre oportuna y ácida E. El listón, me ha escrito por el chat.

Claro, el listón, ese rasero que todos usamos de forma personal para medir y que tanta relación guarda con el coste de oportunidad. Está claro que no es lo mismo beberse un vaso de agua después pasar dos días perdido en el desierto que hacerlo después de haber bebido ya otro. Coincidiréis conmigo (al menos los que tengáis picha entre las piernas) que, a pesar de ser la misma, poco tienen en común la chica de la barra de enfrente a las ocho de la tarde con la chica que baila enfrente tuyo a las tres de la mañana llevando diez copas encima. Lo normal es que a esas horas uno tenga el pie puesto sobre el listón, el pivote le llaman algunos, y luche contra sigo mismo para no dejarlo subir.

Siendo la ciudad que más turistas recibe de todo el sudeste asiático no es raro que viviendo tan cerca vuelva de visita. Decía que, quince días atrás volví a poner un pie en las calles de Bangkok en busca de sus encantos que no son pocos y montado en el autobús que habría de llevarme al centro de la ciudad desde su flamante aeropuerto una extraña sensación comenzó a apoderarse de mí. La ciudad era la misma pero su esencia era totalmente distinta ¿Qué había cambiado? Aparte de la figura de Obama que se había colado entre las camisetas de recuerdos y el rostro del Che, recién convertida en icono pop, y un cambio de gobierno provocado por un golpe de estado que no ha cambiado nada en el país, ¿qué había pasado que percibía todo tan distinto?

En aquella ocasión Bangkok me pareció una ciudad agradable, razonablemente limpia e incluso acogedora, al contrario que esta vez, cuando me resultó sucia, ruidosa… caótica. La mayoría de gente que conozco comulga con esta última visión, la de una ciudad tan atrayente como difícil, un lugar en absoluto cómodo para vivir, un sinfín de carreteras elevadas y casi 9 millones de habitantes, unos que te venden y otros que se venden, un enjambre en el que se puede ver un elefante caminando tranquilamente entre cientos de coches. ¿Qué ha cambiado en mí que tanto daño le ha hecho a la imagen de esta ciudad?

Bangkok es una ciudad con multitud de nombres, el oficial es (respira hondo) Krung Thep Mahanakhon Amon Rattanakosin Mahinthara Yuthaya Mahadilok Phop Noppharat Ratchathani Burirom Udomratchaniwet Mahasathan Amon Piman Awatan Sathit Sakkathattiya Witsanukam Prasi, mientras que su nombre oficioso es The Big Mango, en clara referencia y homenaje a la Gran Manzana Neoyorkina, un apodo ganado a pulso por grande, dulce y jugosa.

Existe otra ciudad en el sudeste asiático, otra metrópolis, una que conozco muy bien, a la que se denomina de forma despectiva The Big Durian. Para el que no sepa qué demonios es un durian diré que es una fruta con forma de piña muy común en el sudeste asiático, popular por su gran tamaño y sobre todo por el mal olor que despide, fácilmente apreciado a varios metros de distancia. Su definición en la wikipedia dice, tiene un olor muy fuerte (hiede).

Yakarta es esa ciudad maloliente que tiene el apodo ganado a pulso, El Gran Durián, desde la que viajé por primera a Bangkok el año pasado, al Gran Mango, que por entonces me pareció el paradigma de la limpieza y el orden, un paraíso comparado con el guirigay que tienen los indonesios montado en su capital. Claro, cambiaba un durián por un mango. El listón, si lo tenía, estaba en aquel entonces por los suelos. Es lo que pasa cuando te toca bailar con la más fea que cualquier cambio te parece una maravilla.

Ahora, en cambio, la cosa es bien diferente. Vivo y disfruto de una ciudad casi europea que se recorre sin agobios en una mañana, únicamente superada en la zona por su vecina Singapur, llena de aceras para caminar, pasear sería decir ya mucho, y calles sin tanto ruido. Esta vez cambiaba Kuala Lumpur por una ciudad el doble de grande, caótica y anárquica. Esta vez ya no me pareció ningún ejemplo de desarrollo, el listón estaba demasiado alto.

A pesar de todo, Bangkok es un lugar vibrante y espectacular que a mí me fascina. Está lleno de lugares fantásticos y rincones que descubrir. Tiene algunos de los monumentos más espectaculares que he visto en mi vida y sus palacios deben ser los que aparecen en los cuentos de hadas orientales. Espero no haberos aburrido con tanto listón y tanta futa y que os quedéis con que Bangkok, pese al caos, es un lugar increíble que merece la pena visitar. Estoy convencido que pese a lo que me dice la cabeza, en estos meses no ha cambiado nada y que en el futuro no debiera hacerlo jamás.

Post dedicado al bueno de Alfredo. Gracias por alojarnos en tu pensión de Sherlock Holmes, no siempre duerme uno en la cama de un miembro del Banco Mundial.

lunes, 2 de febrero de 2009

Gong Xi Fa Cai

Buenos deseos, comidas de empresa y regalos envueltos a la salida de los centros comerciales. Canciones alegres y pueriles en cada emisora de radio, mitad villancico mitad Candy-Candy. Lo que un día fueron árboles de navidad en las calles de Kuala Lumpur hoy son pequeños arbustos llenos hasta arriba de mandarinas. Los papá noeles son hoy bueyes y los renos farolillos rojos.Fue de un día para otro. Casi tan simple como si el encargado de la decoración de Kuala Lumpur hubiese cambiado el fondo de pantalla de la ciudad. Tan sencillo como, Panel de Control – Escritorio – Cambiar fondo. El cambio se produjo en cuestión de horas, casi tan natural y fugaz como pasar de una fotografía a otra en un iPhone.

Aunque el Año Nuevo Chino fue la semana pasada, los días 26 y 27, las celebraciones se alargan durante dos semanas, la mitad de un mes lunar. Al tiempo que China va ganando relevancia internacional la fiesta se va haciendo más famosa fuera de sus fronteras y seguro que hasta en España habéis visto alguna noticia sobre las avalanchas de gente en las estaciones de autobuses de Pekín o Shangai intentando volver a sus hogares en los pueblos para pasar las fiestas en familia. Así de importante es esta fiesta a este lado del mundo.

El Gon Xi Fa Cai o Feliz Año Nuevo que dicen por aquí es una fiesta llena de tradiciones y ritos particulares. Cualquiera diría que el año nuevo debería de estar cargado de nuevos propósitos, salud, amor y esas cosas. Un compañero de oficina dice que los chinos no tienen religión, que no se preocupan de las cosas inmateriales, para ellos lo único que importa es el dinero, nuestra religión es el dólar, dice, y nuestros buenos propósitos ganar más y mejor. Ni ropa, ni juguetes, aunque parezca increíble ni siquiera los niños reciben otra cosa que no sea dinero.
Como decía, es la fiesta china más importante del año y por eso, la semana pasada, celebramos la cena de la empresa. Teníamos reservada una mesa en uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad, en una estancia privada para solo diez personas, sólo managers y… becarios ICEX (ejem!), con vistas a las torres Petronas y un menú compuesto principalmente de marisco, sopa de aleta de tiburón incluida. Todo muy ceremonioso y formal, al menor sorbo de vino un camarero aparecía de la nada para rellenarte la copa. Pero de repente, entre plato y plato, le dan la vuelta a la pared, aparece una tele y… See That Girl...!!! mi jefe desatáo… Watch That Scene…!!! micrófono en mano… Dig In The Dancing Queeeeeeen!!! cantando ABBA a grito pelao apunto de subirse en la mesa. El tío, que es un crack, cada vez más entregado y yo, con los ojos como platos, pensando que solo habían venido los jefes para hacer un cena más o menos seria. Después de ABBA vendrían los Bee Gees, Take That, Brian Adams, y por fin, tras mucho hacerse de rogar… los becarios ICEX (ejem!). Así se las gastan los chinos.

Y pese al Karaoke y la cantidad de comidas y cenas que me ha tocado celebrar no tenía pensado escribir sobre el año nuevo. Hoy, sin embargo, después de una semana de vacaciones ha pasado algo que me ha sorprendido aún más que el Dancing Queeeeeen. Esta mañana, varias personas se han acercado hasta mi oficina, y me han entregado un pequeño sobre lleno de dinero. Al abrir el primero y comprobar su contenido, billetes de 10 ringgis por aquí y billetes de 50 por allá, muy cortés yo, me negaba a aceptarlo pero al cabo del rato y, tras comprobar que mis caras de circunstancias no surtían efecto, me he animado y he empezado a cogerlos con los brazos abiertos. Y es que dar dinero a las personas que no están casadas es una de las numerosas, y más raras, tradiciones que me he encontrado durante estas fechas.

Anécdotas aparte, son increíbles las cosas que aprendes cuando estás en un ambiente diferente al tuyo. Jamás pensé que el Año Nuevo Chino se celebrase de una forma tan bestial, que las decoraciones en la calle llegasen a estos niveles o que las reuniones con la familia fueran tan importantes. Hay fuegos artificiales a diario y el ambiente en la calle, en la oficina y en cualquier parte es de auténtica fiesta. Nunca imaginé que hubiese una fiesta en el mundo más importante, con mayor tradición y mayor trascendencia que nuestras navidades, pero aquí está el Año Nuevo Chino, el año del buey, una fiesta que le hace sombra al mismísimo Papa Noel.