sábado, 23 de mayo de 2009

Cambio_de_Planes.hk

Teníamos los billetes desde el pasado enero, la coartada perfecta para poner ojitos de pena y decir en la oficina que nos era imposible acudir al viaje anual de la empresa, planeado para, exactamente, las mismas fechas. Sonríe! Te llegó la suerte - pensé.

- Vamos a la Isla de Pangkor, ¿seguro que no podéis cambiar vuestros billetes para otras fechas?
- Bfff! Imposible, porque los sacamos en enero. Qué pena! Cambiarlos ahora saldría carísimos.

Pangkor es una isla de medio pelo a unas cinco horas en autobús desde Kuala Lumpur. Estuvimos allí hace unos meses y, ya entonces, pudimos comprobar el escaso encanto de sus playas. Preferiría volver a Mondragón antes que a aquella isla, la verdad.

- Pues que pena, porque van a ser tres días divertidísimos.
- ¿Tres días? –pregunté extrañado.
- Sí, tres días. Nos vamos el viernes por la mañana. No hay que venir a trabajar.

En ese momento mi sentido arácnido se activó, entré en internet y en dos minutos había cambiado los vuelos. Nos íbamos a Hong Kong el viernes a las ocho de la mañana en lugar de a las ocho de la tarde. Si fuese amarillo, tuviese dos pelos y solo cuatro dedos en cada mano, me habría salido un “Adiós pringaos!”, pero como no soy tan grosero apelo a la suerte que, como decía, hay veces en que te sonríe.

Llegamos, pues, con un día entero de adelanto sobre el horario previsto, pero ni con esas pillamos a la ciudad por sorpresa. Hong Kong es orden y sus calles una delicia para el caminante, como sus dumplings. Aquí las cosas funcionan; el transporte público con sus autobuses de dos plantas, los double decker (como las taladradoras, que diría Ford Fairlane), su metro y su tranvía, es de lo mejorcito y más abundante que han visto estos ojitos (los de la pena), lo cual hablando de Asia es como plantar una tomatera en el asfalto y que además de tomates te dé una ensalada (con aliñe!); la calles están limpias, las aceras son amplias y los coches respetan a los viandantes. Las calles es del peatón y no del chino de turno ni de su cuatro por cuatro.

Lo primero que notas al llegar es lo cercano que parece todo. Un par de horas después de aterrizar ya tienes controlados, gracias a la cercanía del mar y a las docenas de rascacielos, los cuatro puntos cardinales por lo que puedes perderte por sus calles y callejuelas sin temor al extravío. Descubres que puedes cruzar a Kowloon, la isla de enfrente, en ferry, taxi o metro y hacerte una foto junto a la estatua de Bruce Lee (para enseñársela al Beny) o a la de Jackie Chan (para deleite de mi hermano y horror de la Juli), y que en veinte minutos de autobús puedes cruzar la isla de norte a sur, atravesando túneles y selva, cambiando rascacielos por playas y chiringuitos. Es como una ciudad gigantesca, vibrante y cosmopolita, comprimida hasta la miniatura. Y todo ello sin perjuicio de aceras, parques y otras comodidades. Una delicia!
En una hora de travesía por el mar de China llegamos, de visita también, a Macao, ciudad que sorprende, más que por su pasado portugués, por el que a día de hoy todavía se considere este idioma oficial. Sorprenden los letreros, los nombres de las ruas y los avisos por megafonía en portugués (por la sua segurança!). Sorprende porque ni hay portugueses ni las chicas aquí son unicejas. Sorprende porque no hay nadie vivo que lo hable, los antepasados lo dominaban seguro, pero los muertos no cuentan porque los muertos no hablan. Alucinan sus casinos, The Venetian, el más grande del mundo, de donde me llevé una baraja de profesionales para futuras timbas en cualquier cocina ripense.Hong Kong, decía, es orden y los hongkoneses son ordenados. En cada rincón se hace visible la mano inglesa, desde la educación de sus habitantes (ni escupen, ni eructan, ni se dejan crecer las uñas, ni los pelos de los lunares), hasta su afición, si no pasión, por las colas bien organizadas. En cada edificio de oficinas y/o rascacielos se puede apreciar también la mano inglesa, la otra, la invisible, la de los negocios y las finanzas, la que deja fluir libremente la actividad comercial y el dinero. No en vano, Hong Kong se jacta de ser la ciudad del mundo con más Ferraris (en tres días vimos cuatro, que quizá no parezcan muchos pero que resultan, más o menos, todos los que puedes ver en Madrid en… ¿dos meses?... o dos vidas, si es que vives más al sur de Neptuno o en Palencia).

Tres días después nos despedimos de Hong Kong, aguantando la respiración para no dar positivo en los controles de fiebre porcina del aeropuerto. Que nos deportan! y encima enfermos! A la mañana siguiente en la oficina, de nuevo ojitos de pena y cara de niño de bueno.

- Qué - pena - que - nos - lo - perdimos.

lunes, 18 de mayo de 2009

"El Puto Sindicato Tíos, El Puto Sindicato"

Se llaman Danny y Randy o al menos eso pone en sus tarjetas de visita. Ambos son chinos pero en algún momento decidieron, para dar brío a sus carreras profesionales, cambiar sus nombres mandarines por otros más del gusto occidental. Los dos están locos por el fútbol, por la inglesa sobre todo, aunque a menos que se organice algún campeonato en la oficina nunca lo practican. Lo que a ellos les gusta es apostar en internet para después sentarse cada fin de semana y cada miércoles por la noche delante del televisor pendientes de los resultados.

Sabedores de mi afición por el fútbol al poco de llegar me reunieron en el despacho de uno de ellos y allí, con la pantalla del ordenador llena de estadísticas y marcadores, me desvelaron su secreto.

- David, sabías que…- empezó Danny.

Por un momento se hizo el silencio, ambos se miraron entre sí y luego, dirigiéndose de nuevo a mi, me confesó Randy con voz queda:

-El fútbol está controlado por el Sindicato Chino.

El silencio se apoderó otra vez de la habitación. Los dos levantaban las cejas, sus miradas clavadas en el suelo, sus cabezas afirmando levemente. Parecía que me hubiesen comunicado la defunción de algún ser querido. Se quedaron así un momento, esperando mi reacción con cara de funeral. Yo les miraba sin saber qué decir. Balbuceé una respuesta que se quedó en nada. Mi mente estaba ocupada tratando de crear una conexión con algo que ya había vivido, un deja vu. Los dos chinos seguían callados delante de mí, pero yo ya no les prestaba atención.

Yo tenía trece años, delante de mí, otra pareja, mis padres. Tenían la misma mirada y en el aíre flotaba el mismo ambiente fúnebre.

- David- me dijo mi padre- ya es hora de que sepas algo.

De nuevo se hizo el mismo silencio sepulcral.

- Esos tíos que se pegan de leches en la tele- continuó mi madre- todo está amañado, ni siquiera se rozan.

Que el pressing catch fuera una mentira me costó una congoja que duró días, sino semanas; que el fútbol estuviese amañado me hubiese supuesto un abatimiento cercano a la muerte. No me podía volver a suceder lo mismo. Esta vez NO, me dije.

Aún estaba atolondrado y, aunque el recuerdo era demasiado intenso, volví como pude a prestar atención al par de chinos que ocupaban ahora mi espacio visual. De nuevo en la tierra, sentado en el despacho de mis compañeros les devolví la mirada de, qué-pena-que-se-te-ha-muerto-el-canario y, negando con la cabeza, me sobrepuse a uno de mis grandes traumas de la pubertad. Estos tíos no podían ir en serio, me tenían que estar tomando el pelo.

Pero resultó que estaba equivocado. Danny y Randy iban muy en serio, tan en serio como los cientos de millones de chinos más que también creen que el fútbol europeo está amañado. No dejará de asómbrame la ingenuidad de esta gente, convencidos como están de que existe una confabulación oriental de carácter mastodóntico para controlar el destino de nuestras ligas. Los tíos, por su parte, no podían creer que yo no estuviese al tanto y, aún menos, que no me lo tragase. Y es que, aunque parezca de coña, aquí existe la creencia de que en Europa todos somos conocedores de este hecho, que sabemos que todo es mentira. Es algo parecido a pensar que Europa controla el pressing catch mientras que los americanos se creen aún a pies juntillas que se trata de un deporte real. Para cagarse oiga!

En su intento por convencerme me dieron pruebas, para nada convincentes, de su teoría; que si era imposible que el Manchester hubiese marcado en el último minuto en no sé cuál partido; que si aquel penalti se lo había sacado el árbitro de la manga porque la mafia china andaba detrás de él; etc. Toda una retahíla de patrañas y cuentos, cómo no, chinos, que nadie en su sano juicio se tragaría.

Y así hasta el día de hoy. De vez en cuando me da por acercarme a su despacho para ver cómo llevan las apuestas, para que me expliquen por qué tal o cual partido estaba arreglado por el Sindicato. En alguna ocasión, me he permitido asesorarles con mis sabios consejos e incluso yo mismo he apostado algo de dinero. Animados por mi, por ejemplo, apostaron por el Madrid contra el Liverpool. Pese al resultado, nos metieron uno, y las pérdidas, yo les aconsejé que no cejaran en el intento, que la fe era lo último que se perdía, que lo volvieran a intentar en el partido de vuelta. Y lo intentaron, nos metieron cuatro. Después de aquello yo no me atrevía a sugerirles nada, es más, cuando les veía giraba 180 grados y huía tal alimaña sin dignidad, pero a los tíos parece que se les quedó grabado eso de que la fe mueve montañas y hace unas semanas volvieron a intentarlo en el partido contra el Barca.

- Así se hace, con dos cojones! -les dije y nos metieron seis.

Despotricaron de los jugadores hasta decir basta a lo que yo no pude más que responder con un resignado:

- El puto sindicato tíos, el puto sindicato.

Lo cierto es que en todo este tiempo no he comprendido porque siguen apostando si en realidad piensan que todo el asunto está amañado. No sé si aquello del sindicato les produce morbo o les crea un sentimiento anti-Goliat de lucha contra el sistema establecido. A lo mejor les enorgullece la idea de que Oriente por una vez tiene el poder sobre Occidente o quizá los pobres solo quieren seguir creyendo. Como yo de pequeño, cuando los combates entre El Último Guerrero y Hulk Hogan.

sábado, 9 de mayo de 2009

Lost in Translation

Hace un par de años leí una tira cómica de un diario americano en la que George Bush le preguntaba al presidente de China:

- When do you have elections?
- Every morning, respondía el chino satisfecho.

Con chinos, malayos e indios utilizando el inglés como lengua vehículo, situaciones parecidas a estas son el pan de cada día en Malasia. Veámos.


miércoles, 6 de mayo de 2009

Ni Hao Ma?

Ir tres días a Guilin y decir después que has visto China es como ver un capítulo de los Simpsons y decir que ya te conoces la serie. Podrás decir que has visto una muestra pequeñísima de chinos, apenas una gota, pero difícilmente será extrapolable al inmenso océano chino. Sea como fuere, al fin encontramos el momento, el día del trabajador nada menos, para coger la mochila y visitar el gigante asiático.

Al llegar a China tuve la sensación de reconocerla al primer momento. Si tres días antes me hubiesen enseñado una foto de cualquier calle de Guilin hubiese dicho, casi sin dudar, que se trataba de alguna ciudad en China. No sé muy bien el por qué pero esa impresión no me abandonó durante los tres días que duró mi viaje. Quizá fuese porque hasta donde alcanza la vista todo era gris, la carretera y las casas y el cielo, todo gris. Todo cubierto por una fina capa de polvo que absorbe cualquier color que no se encuentre entre el blanco y el negro. O quizá fuese porque debe de haber otras mil ciudades iguales a ésta a lo largo y ancho de China (di esto seguido muchas veces, anchodechina, anchodechina, anchodechina) que se me quedó grabada en la retina después de ver algún documental o una película.

Nuestro destino, por suerte, iba más allá de los confines de aquella ciudad y al poco de llegar tomamos un bote para abrirnos camino, río abajo, por uno de los paisajes más bonitos de toda China. A lo largo de la travesía dejamos atrás pequeños pueblos que parecen abandonados o a medio construir. Decenas de niños bañan a sus búfalos en el agua después de una mañana de trabajo en los arrozales y a cada rato nos encontramos con grupos de ancianas lavando la ropa, frotando las prendas directamente contra las rocas. Mientras, a lo lejos comienzan a dibujarse las montañas.El campo fértil cubierto de arrozales que rodea la provincia se asienta sobre una llanura, pero, y aquí está la gracia del viaje, está salpicada, aquí y allá, por grandes colinas de roca cubiertas de exuberante naturaleza. Las vistas que se presentan delante de ti al aproximarte a Yangshuo son tan diferentes a aquello a lo que estás acostumbrado que resulta extraño pensar que los caprichos de la naturaleza hayan podido crear semejante enclave. Para aquellos que hayáis visto “El velo pintado” os será fácil imaginaros una representación fiel del panorama (en el libro, por cierto, no hay rastro de estas montañas); el resto solo tenéis que recordar los dibujos en acuarela que aparecían de fondo mientras Goku montaba su nube kinton.

Yangshuo, con sus 200.000 habitantes, no debe de ser más que una aldea para China, y en verdad que tiene aspecto de pueblecito de cuento, algo totalmente diferente a lo que habíamos visto hasta entonces, mucho más acogedor y mucho más vivo. Aquí sí estaban permitidos los colores.Por lo demás, he encontrado un país realmente barato, una habitación para tres en un hotel más que aceptable por quince euros; deliciosos dumpling tirados de precio; medio litro de cerveza a menos de un euro, lo cual viviendo en un país musulmán es como entrar en el reino de los cielos; y falsificaciones, recién salidas de la fábrica del mundo, a precio de saldo.

Pese a Yang y su curso intensivo de chino,
Wo-Hen-Hao incluido, pese a sus tres meses de sabias enseñanzas y su misericordioso 9,5, me vuelvo a casa con la sensación de haberme dado de bruces con una barrera idiomática más grande que nunca. Me traigo a la imagen de la gente en los aeropuertos con mascarillas, como si fuese carnaval, y el recuerdo de los avisos por megafonía advirtiendo sobre las medidas a tomar en caso de tener fiebre. Me vuelvo también con una nota de papel que me dieron en la aduana de entrada a China que dice que en caso de encontrarme mal (“fever, cough, difficulty breathing…”) durante mi estancia en el país, enseñando ese papel los médicos me darían prioridad sobre el resto de pacientes. “Has estado expuesto a enfermedades contagiosas fuera de nuestras fronteras” dice la nota. Y yo que pensaba que las gripes venían de China…PD/ Recuento final: 11 veces China (en 655 palabras). Es que China, es mucha China. 13.