Primero vino lo de sentarme en un Warung a comer. Si no prestas atención a ciertos matices como el higiene, el sabor o la textura de algunos alimentos, no tardas en cogerles el gustillo y éstos llegan a convertirse en pequeños detalles sin importancia. En la mesa soy un indonesio más, a veces me permito el lujo de comer con la mano y al terminar siempre me pego un buen eructo.
Más tarde me llegó la hora de aparcar los taxis, ponerme el casco y arrancar la moto. En la carretera, también soy un indonesio más. Toco el pito sin necesidad de, cruzo miradas desafiantes en los semáforos y no dudo en utilizar la acera cuando un vehículo entorpece el tráfico.
Pero no hay inmersión cultural total si uno no comparte los mismos servicios sociales que la gente de la tierra que le acoge. Desde que me rompí el dedo en Bali tengo un hesecillo un poco más salido de lo normal. Nada grave pero si algo molesto, sobre todo a la vista. Como en Indonesia no hay ni hospitales ni servicios sociales, cuando alguien necesita ir al médico acude al curandero de su barrio. Aconsejado por un compañero indonesio de la oficina el pasado fin de semana, Max y yo, visitamos a uno de los más famosos de toda la ciudad.
Llegar y ver a cien personas esperando en la calle tira un poco para atrás. Llegar y escuchar gritos de dolor o ver lágrimas correr tira para atrás que te cagas. Pero como ya estábamos allí y a la multitud parecía hacerle gracia que hubiese dos blancos esperando con ellos, decidimos quedarnos. No era cuestión de defraudar al respetable.
Después de tres horas de espera nos tocó el turno a nosotros. Ya nadie nos quitaba el ojo de encima. Teníamos el número cien, así que seratus era la palabra clave. Al escucharla nos miramos, nos dimos la vuelta y preguntamos en voz alta “quién tiene el seratus?”, lo cual arrancó algunas carcajadas de un público totalmente entregado.
La sala de espera era la plaza de enfrente y la enfermera, un tío en bermudas y con un cigarrillo colgando. Una breve explicación de nuestras penas y dolores, un mejunje de aceites y yerbas, unos tirones por aquí y un poco de te aprieto por acá, y arreglaos. Al salir, yo cojeando y Max sudando como un pollo, nos habíamos convertido en auténticos monos de feria. Todo el mundo nos señalaba y murmuraba entre risas. Además, mi curandero me ha puesto a dieta (vaya! jamás pensé que escribiría algo así en toda mi vida). Entre otras cosas, no puedo comer cordero, cerdo o piña. No puedo consumir alcohol ni cosas frías. Ya me contaréis que tiene que ver un dedo roto con comer cerdo. Al llegar a casa le pregunté a Max si iba a ir a la fiesta de por la noche. No creo porque no puedo beber alcohol, me contestó. Ayayay! ya sé que eres italiano Max… pero por casualidad no conocerás la expresión del tocino y la velocidad? Reflexión final. Cuando te vienes a vivir a esta parte del mundo las diferencias culturales son descomunales. Tanto que pueden llegar a convertirse en un fastidio. Sin embargo, si te dejas llevar y pones un poquito de tu parte puedes llegar a disfrutarlas (esta frase se me ocurrió usando el servicio de Kuala Lumpur). Si alguien me dice de hacer cosas como estas hace un año le hubiese considerado un auténtico loco. Hoy por hoy me considero muy afortunado por poder disfrutar de estos momentos y por poder acumular tantas experiencias.
Más tarde me llegó la hora de aparcar los taxis, ponerme el casco y arrancar la moto. En la carretera, también soy un indonesio más. Toco el pito sin necesidad de, cruzo miradas desafiantes en los semáforos y no dudo en utilizar la acera cuando un vehículo entorpece el tráfico.
Pero no hay inmersión cultural total si uno no comparte los mismos servicios sociales que la gente de la tierra que le acoge. Desde que me rompí el dedo en Bali tengo un hesecillo un poco más salido de lo normal. Nada grave pero si algo molesto, sobre todo a la vista. Como en Indonesia no hay ni hospitales ni servicios sociales, cuando alguien necesita ir al médico acude al curandero de su barrio. Aconsejado por un compañero indonesio de la oficina el pasado fin de semana, Max y yo, visitamos a uno de los más famosos de toda la ciudad.
Llegar y ver a cien personas esperando en la calle tira un poco para atrás. Llegar y escuchar gritos de dolor o ver lágrimas correr tira para atrás que te cagas. Pero como ya estábamos allí y a la multitud parecía hacerle gracia que hubiese dos blancos esperando con ellos, decidimos quedarnos. No era cuestión de defraudar al respetable.
Después de tres horas de espera nos tocó el turno a nosotros. Ya nadie nos quitaba el ojo de encima. Teníamos el número cien, así que seratus era la palabra clave. Al escucharla nos miramos, nos dimos la vuelta y preguntamos en voz alta “quién tiene el seratus?”, lo cual arrancó algunas carcajadas de un público totalmente entregado.
La sala de espera era la plaza de enfrente y la enfermera, un tío en bermudas y con un cigarrillo colgando. Una breve explicación de nuestras penas y dolores, un mejunje de aceites y yerbas, unos tirones por aquí y un poco de te aprieto por acá, y arreglaos. Al salir, yo cojeando y Max sudando como un pollo, nos habíamos convertido en auténticos monos de feria. Todo el mundo nos señalaba y murmuraba entre risas. Además, mi curandero me ha puesto a dieta (vaya! jamás pensé que escribiría algo así en toda mi vida). Entre otras cosas, no puedo comer cordero, cerdo o piña. No puedo consumir alcohol ni cosas frías. Ya me contaréis que tiene que ver un dedo roto con comer cerdo. Al llegar a casa le pregunté a Max si iba a ir a la fiesta de por la noche. No creo porque no puedo beber alcohol, me contestó. Ayayay! ya sé que eres italiano Max… pero por casualidad no conocerás la expresión del tocino y la velocidad? Reflexión final. Cuando te vienes a vivir a esta parte del mundo las diferencias culturales son descomunales. Tanto que pueden llegar a convertirse en un fastidio. Sin embargo, si te dejas llevar y pones un poquito de tu parte puedes llegar a disfrutarlas (esta frase se me ocurrió usando el servicio de Kuala Lumpur). Si alguien me dice de hacer cosas como estas hace un año le hubiese considerado un auténtico loco. Hoy por hoy me considero muy afortunado por poder disfrutar de estos momentos y por poder acumular tantas experiencias.