Llego casi con dos años de retraso y con un propósito bien distinto. Se puede decir que el mío es un viaje romántico, cuando en el control de pasaporte me han preguntado por qué viajaba a Australia mi respuesta ha sido un, relajado a la par que chulesco, for pleasure. Claro que entonces aquel otro, el que me perdí a principios de 2006, fue mil veces romántico, la culminación de un viaje que empezó diez años antes en forma de apuesta y apestando a alcohol.
Me he despertado a 10.000 metros de altura y al mirar hacia abajo me he encontrado con un suelo rojo que se extiende hasta al horizonte y en el que si te fijas puedes ver minúsculos puntitos verdes. Al menos que estemos en Marte y no sobre el Great West Sandy Desert, las hormiguitas esta vez deben ser pequeños arbustos y no personas. Al cerrar de nuevo los ojos me parece verlos a ellos, a Lolo y Antonio, en plan Don Quijote y Sancho Panza, sudando la gota gorda, con la cara roja por el esfuerzo y la colleja tostada por el sol. Ya llevan dos meses pedaleando, de Sydney a Melbourne, de Hobart a Alice Springs, y ya han pasado, si no sufrido, mil aventuras juntos. No se me olvida el vídeo de la araña-centollo o el de la sanguijuela sorbiendo de la pierna de Luigi-langostino, que al igual que el bicho, se les unió durante un tiempo.
Aunque ya han perdido bastante peso (la mujer que conoció a una colina y se casó con una montaña se reencontró en Barajas de nuevo con una colina), han ganado una experiencia única que, pese al tiempo, seguirá abriendo bocas y levantando envidias en aquellos que la oigan por primera vez. Y sobre todo, nos han ganado a todos. A los que pensábamos que nunca cumplirían su sueño de recorrer Australia en bici.
Paradójicamente, al despertarme he sentido un pinchazo en la rodilla. Todavía me acuerdo saliendo del médico con una resonancia bajo el brazo y un informe en el que ponía que sufría una lesión del cartílago de la rodilla derecha. El término médico, calcificación supraespinosa, me traía sin cuidado ya que pese a todas los viernes de preparativos en Manuel Becerra, en frente de un mapa y de cuatro cervezas (Fosters, cómo no?) y todas las tiendas de bicis recorridas los sábados por la mañana, lo único que yo entendía del diagnóstico era que la Odisea Austral se había acabado para mi. Finito!
5 comentarios:
Un abrazo de Montaña.
ay,ay,ay!
AY, AY, AY!!!
Que envidia...(de la buena)
Hablando de viajes inolvidables....
A ver quien se apunta para empezar a organizar una visita.
Además de Paco (espero que no se raje el único que tiene intención de ir) porque al final nadie va a poder dar fe de lo que nos cuenta por aquí el amigo en primera persona y poder dar también envidia...jajaja!
Pero al final has ido a Australia o no? Cuentate algo mas payo, que parece que solo has estado en el avion!
Besetes udianos.
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