Se llaman Danny y Randy o al menos eso pone en sus tarjetas de visita. Ambos son chinos pero en algún momento decidieron, para dar brío a sus carreras profesionales, cambiar sus nombres mandarines por otros más del gusto occidental. Los dos están locos por el fútbol, por la inglesa sobre todo, aunque a menos que se organice algún campeonato en la oficina nunca lo practican. Lo que a ellos les gusta es apostar en internet para después sentarse cada fin de semana y cada miércoles por la noche delante del televisor pendientes de los resultados.
Sabedores de mi afición por el fútbol al poco de llegar me reunieron en el despacho de uno de ellos y allí, con la pantalla del ordenador llena de estadísticas y marcadores, me desvelaron su secreto.
- David, sabías que…- empezó Danny.
Por un momento se hizo el silencio, ambos se miraron entre sí y luego, dirigiéndose de nuevo a mi, me confesó Randy con voz queda:
-El fútbol está controlado por el Sindicato Chino.
El silencio se apoderó otra vez de la habitación. Los dos levantaban las cejas, sus miradas clavadas en el suelo, sus cabezas afirmando levemente. Parecía que me hubiesen comunicado la defunción de algún ser querido. Se quedaron así un momento, esperando mi reacción con cara de funeral. Yo les miraba sin saber qué decir. Balbuceé una respuesta que se quedó en nada. Mi mente estaba ocupada tratando de crear una conexión con algo que ya había vivido, un deja vu. Los dos chinos seguían callados delante de mí, pero yo ya no les prestaba atención.
Yo tenía trece años, delante de mí, otra pareja, mis padres. Tenían la misma mirada y en el aíre flotaba el mismo ambiente fúnebre.
- David- me dijo mi padre- ya es hora de que sepas algo.
De nuevo se hizo el mismo silencio sepulcral.
- Esos tíos que se pegan de leches en la tele- continuó mi madre- todo está amañado, ni siquiera se rozan.
Que el pressing catch fuera una mentira me costó una congoja que duró días, sino semanas; que el fútbol estuviese amañado me hubiese supuesto un abatimiento cercano a la muerte. No me podía volver a suceder lo mismo. Esta vez NO, me dije.
Aún estaba atolondrado y, aunque el recuerdo era demasiado intenso, volví como pude a prestar atención al par de chinos que ocupaban ahora mi espacio visual. De nuevo en la tierra, sentado en el despacho de mis compañeros les devolví la mirada de, qué-pena-que-se-te-ha-muerto-
Pero resultó que estaba equivocado. Danny y Randy iban muy en serio, tan en serio como los cientos de millones de chinos más que también creen que el fútbol europeo está amañado. No dejará de asómbrame la ingenuidad de esta gente, convencidos como están de que existe una confabulación oriental de carácter mastodóntico para controlar el destino de nuestras ligas. Los tíos, por su parte, no podían creer que yo no estuviese al tanto y, aún menos, que no me lo tragase. Y es que, aunque parezca de coña, aquí existe la creencia de que en Europa todos somos conocedores de este hecho, que sabemos que todo es mentira. Es algo parecido a pensar que Europa controla el pressing catch mientras que los americanos se creen aún a pies juntillas que se trata de un deporte real. Para cagarse oiga!
En su intento por convencerme me dieron pruebas, para nada convincentes, de su teoría; que si era imposible que el Manchester hubiese marcado en el último minuto en no sé cuál partido; que si aquel penalti se lo había sacado el árbitro de la manga porque la mafia china andaba detrás de él; etc. Toda una retahíla de patrañas y cuentos, cómo no, chinos, que nadie en su sano juicio se tragaría.
Y así hasta el día de hoy. De vez en cuando me da por acercarme a su despacho para ver cómo llevan las apuestas, para que me expliquen por qué tal o cual partido estaba arreglado por el Sindicato. En alguna ocasión, me he permitido asesorarles con mis sabios consejos e incluso yo mismo he apostado algo de dinero. Animados por mi, por ejemplo, apostaron por el Madrid contra el Liverpool. Pese al resultado, nos metieron uno, y las pérdidas, yo les aconsejé que no cejaran en el intento, que la fe era lo último que se perdía, que lo volvieran a intentar en el partido de vuelta. Y lo intentaron, nos metieron cuatro. Después de aquello yo no me atrevía a sugerirles nada, es más, cuando les veía giraba 180 grados y huía tal alimaña sin dignidad, pero a los tíos parece que se les quedó grabado eso de que la fe mueve montañas y hace unas semanas volvieron a intentarlo en el partido contra el Barca.
- Así se hace, con dos cojones! -les dije y nos metieron seis.
Despotricaron de los jugadores hasta decir basta a lo que yo no pude más que responder con un resignado:
- El puto sindicato tíos, el puto sindicato.
Lo cierto es que en todo este tiempo no he comprendido porque siguen apostando si en realidad piensan que todo el asunto está amañado. No sé si aquello del sindicato les produce morbo o les crea un sentimiento anti-Goliat de lucha contra el sistema establecido. A lo mejor les enorgullece la idea de que Oriente por una vez tiene el poder sobre Occidente o quizá los pobres solo quieren seguir creyendo. Como yo de pequeño, cuando los combates entre El Último Guerrero y Hulk Hogan.
4 comentarios:
Y el puto Forlan, de que puto sindicato es?
Muy bueno unas risas me he pasado, el forlan, no sé de que sindicato es. Pero sí sé que Abel es el Undertaker porque va a llevar al atleti a la tumba.
Te superaste pibe estuvo bacán.
jajajajaja.....queco, muy bueno ( y además bien escrito)
ya... qué no están amañadas... cómo se nota que eres del Madrid chaval!!!!
a ver quienes son aquí lo ingenuos...
Edu.
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