Como el de Tailandia fue un viaje largo y variado, decidí hacer una excepción y dividir la entrada en dos, así vosotros os aburríais menos y a mi me daba más tiempo a escribir la segunda parte.
Si la semana pasada os hablaba sobre Bangkok, hoy toca hacerlo sobre lo que vino después, sobre Damnoan Saduak y sobre el norte de Tailandia. Pero antes de empezar me gustaría haceros un símil sobre mis impresiones sobre Tailandia, país que, musicalmente hablando, sería algo así como ese grupo que hacía algo diferente y que casi solo tú conocías, ese que con el tiempo se hizo tan popular y tan comercial que terminó por ser el grupo favorito de ese amigo tuyo que no tiene ni puta idea de música y que ahora no para de sonar en la radio (y de ganar Grammys!).
Por desgracia, todo el exotismo que evoca su nombre se pierde casi al poner un pie allí. Damnoan Saduak, a 70 kilómetros de Bangkok, es la población que da cobijo al mercado flotante más popular de toda Tailandia y debió ser, en una época no muy lejana, un lugar mágico donde centenares de personas acudían cada mañana en sus barcas a vender fruta y otros alimentos. Hoy, sin embargo, el mercado se reduce a varias decenas de barcas llenas hasta arriba de turistas, a unas cuantas mujeres locales vendiendo bananas fritas y a un puñado de agencias intentando cobrarte por llevarte en barca cuando el trayecto se puede hacer tranquilamente andando al lado del canal.
La experiencia al menos sirve para hacerte una idea de cómo debió ser el mercado en otra época, de cómo el dinero cambiaba de mano en mano, de barca en barca y en el sentido inverso al que lo hacía la mercancía, hasta que llegaba al bolsillo de la vendedora. Hoy en día la visita al mercado no está del todo mal, se pueden sacar algunas fotos chulas pero, como a menudo sucede en Tailandia, el mercado flotante tiene mucho de trampa para turistas.
Chiang Mai, a 700 kilómetros al norte de Bangkok, es la segunda ciudad más grande de Tailandia y la puerta de entrada al Parque Nacional de Doi Inthanon. Hasta allí fuimos para hacer una excursión de tres días caminando por la jungla y durmiendo en pueblos indígenas. La jungla no era otra cosa que árboles y zarzas (si estuviese en España lo llamaríamos bosque), con rutas muy bonitas y campos de arroz sin cultivar. Los indígenas, en su mayoría Karen, viven en pueblos perdidos de montaña, en pequeñas tribus perseguidas en sus países de origen, Birmania, Laos, China… y que, debido a que ahora sirven de atractivo turístico a su nuevo país, han perdido parte de su esencia primitiva.
Durante la ruta coincidimos con tres irlandeses en su parada tailandesa de su vuelta al mundo, una pareja de franceses viajando por Asia después de haber vivido varios meses en Australia y, lo mejor del viaje, otra pareja de franceses de más de sesenta años en mitad de su viaje anual. Se llaman Christian y Anie y desde que se retiraron hace varios años se dedican exclusivamente a viajar por el mundo. Un día se compraron dos bicis y dieron la vuelta a Francia siguiendo la ruta del Tour. Cuando subieron al Turmalet sabían que estaban preparados para mayores retos y se marcharon a Sudamérica para recorrer Argentina y Chile de arriba abajo dos veces. Han estado por todo el mundo y parece que no se cansan de viajar: "el sueño de Anie", dice Christian con cara de resignación, "es cruzar Mongolia a caballo, así que en cuanto volvamos a Francia nos toca aprender a montar". Es como la súper abuela pero con marido.
Acabado el trekking decidimos alquilar una moto para viajar un poco a nuestro aire y alejarnos del circuito turístico. Fuimos hasta Chiang Rai y desde ahí a Mae Sai, zona más conocida como El Triángulo Dorado, lugar en el que Laos, Birmania y Tailandia unen sus fronteras y en el que tienen montada la principal fuente de opio del mundo. Por allí cerca encontramos un pueblo de mujeres jirafa al que dudamos si visitar o no. Habíamos leído acerca de este pueblo y de cómo las autoridades tailandesas lo tratan como mero reclamo turístico, pero al final la curiosidad venció y decidimos acercarnos hasta allí sólo para comprobar que realmente era más un zoo humano que una aldea, otra atracción más.
Imagino que viajar a Tailandia puede resultar una auténtica aventura o un auténtico desastre, y que al final todo depende de las expectativas y experiencias previas de cada uno. Dormir en el suelo de la casa de una anciana de cien años que te deja probar su cigarro de hoja de banana debe ser lo más para el europeo que aún llega repeinado para pasar dos semanas de vacaciones. Viajar en elefante, abrazar a un tigre dopado o visitar etnias "perdidas" que mañana recibirán a otro grupo de turistas puede resultar un circo para otros. Tailandia es un grupo de música que llena los estadios en cada actuación pero que ha perdido el respeto de la crítica. Pero claro, de qué me voy a quejar yo si me he apuntado al carro cuando ya sonaba en los cuarenta.
Nota final: pese a lo que pueda parecer, me lo he pasado muy bien. Y es que... ¿quién no se divierte en un parque de atracciones?
2 comentarios:
No estarás pensando en los Niukisondeblok?
joder de una colleja le puedes doblar el cuello....
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