viernes, 6 de febrero de 2009

The Big Mango

¿Cuánto puede cambiar una ciudad en unos meses? En apariencia, seguro que no mucho. Las mismas calles, la misma gente, olores similares. Un edificio terminado que entonces estaba en construcción, quizá. Claro que esa no es la pregunta. Lo que quería decir es ¿cuánto puede cambiar tu percepción de una ciudad de un año para otro?

Aunque la idea la tenía en la cabeza desde que volví a pisar Bangkok hace ya un par de semanas, la clave para explicarlo me la acaba de dar la siempre oportuna y ácida E. El listón, me ha escrito por el chat.

Claro, el listón, ese rasero que todos usamos de forma personal para medir y que tanta relación guarda con el coste de oportunidad. Está claro que no es lo mismo beberse un vaso de agua después pasar dos días perdido en el desierto que hacerlo después de haber bebido ya otro. Coincidiréis conmigo (al menos los que tengáis picha entre las piernas) que, a pesar de ser la misma, poco tienen en común la chica de la barra de enfrente a las ocho de la tarde con la chica que baila enfrente tuyo a las tres de la mañana llevando diez copas encima. Lo normal es que a esas horas uno tenga el pie puesto sobre el listón, el pivote le llaman algunos, y luche contra sigo mismo para no dejarlo subir.

Siendo la ciudad que más turistas recibe de todo el sudeste asiático no es raro que viviendo tan cerca vuelva de visita. Decía que, quince días atrás volví a poner un pie en las calles de Bangkok en busca de sus encantos que no son pocos y montado en el autobús que habría de llevarme al centro de la ciudad desde su flamante aeropuerto una extraña sensación comenzó a apoderarse de mí. La ciudad era la misma pero su esencia era totalmente distinta ¿Qué había cambiado? Aparte de la figura de Obama que se había colado entre las camisetas de recuerdos y el rostro del Che, recién convertida en icono pop, y un cambio de gobierno provocado por un golpe de estado que no ha cambiado nada en el país, ¿qué había pasado que percibía todo tan distinto?

En aquella ocasión Bangkok me pareció una ciudad agradable, razonablemente limpia e incluso acogedora, al contrario que esta vez, cuando me resultó sucia, ruidosa… caótica. La mayoría de gente que conozco comulga con esta última visión, la de una ciudad tan atrayente como difícil, un lugar en absoluto cómodo para vivir, un sinfín de carreteras elevadas y casi 9 millones de habitantes, unos que te venden y otros que se venden, un enjambre en el que se puede ver un elefante caminando tranquilamente entre cientos de coches. ¿Qué ha cambiado en mí que tanto daño le ha hecho a la imagen de esta ciudad?

Bangkok es una ciudad con multitud de nombres, el oficial es (respira hondo) Krung Thep Mahanakhon Amon Rattanakosin Mahinthara Yuthaya Mahadilok Phop Noppharat Ratchathani Burirom Udomratchaniwet Mahasathan Amon Piman Awatan Sathit Sakkathattiya Witsanukam Prasi, mientras que su nombre oficioso es The Big Mango, en clara referencia y homenaje a la Gran Manzana Neoyorkina, un apodo ganado a pulso por grande, dulce y jugosa.

Existe otra ciudad en el sudeste asiático, otra metrópolis, una que conozco muy bien, a la que se denomina de forma despectiva The Big Durian. Para el que no sepa qué demonios es un durian diré que es una fruta con forma de piña muy común en el sudeste asiático, popular por su gran tamaño y sobre todo por el mal olor que despide, fácilmente apreciado a varios metros de distancia. Su definición en la wikipedia dice, tiene un olor muy fuerte (hiede).

Yakarta es esa ciudad maloliente que tiene el apodo ganado a pulso, El Gran Durián, desde la que viajé por primera a Bangkok el año pasado, al Gran Mango, que por entonces me pareció el paradigma de la limpieza y el orden, un paraíso comparado con el guirigay que tienen los indonesios montado en su capital. Claro, cambiaba un durián por un mango. El listón, si lo tenía, estaba en aquel entonces por los suelos. Es lo que pasa cuando te toca bailar con la más fea que cualquier cambio te parece una maravilla.

Ahora, en cambio, la cosa es bien diferente. Vivo y disfruto de una ciudad casi europea que se recorre sin agobios en una mañana, únicamente superada en la zona por su vecina Singapur, llena de aceras para caminar, pasear sería decir ya mucho, y calles sin tanto ruido. Esta vez cambiaba Kuala Lumpur por una ciudad el doble de grande, caótica y anárquica. Esta vez ya no me pareció ningún ejemplo de desarrollo, el listón estaba demasiado alto.

A pesar de todo, Bangkok es un lugar vibrante y espectacular que a mí me fascina. Está lleno de lugares fantásticos y rincones que descubrir. Tiene algunos de los monumentos más espectaculares que he visto en mi vida y sus palacios deben ser los que aparecen en los cuentos de hadas orientales. Espero no haberos aburrido con tanto listón y tanta futa y que os quedéis con que Bangkok, pese al caos, es un lugar increíble que merece la pena visitar. Estoy convencido que pese a lo que me dice la cabeza, en estos meses no ha cambiado nada y que en el futuro no debiera hacerlo jamás.

Post dedicado al bueno de Alfredo. Gracias por alojarnos en tu pensión de Sherlock Holmes, no siempre duerme uno en la cama de un miembro del Banco Mundial.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cama? Picha? Miembro? Gran Mango? Hemos cambiado el registro del blog y to no me he enterado?

Anónimo dijo...

y no tenian camisetas de ZP? con lo que te queda por conocer y repites.Ten cuidado con bangkok dangerous. abrazos

Anónimo dijo...

Estas dejando de ser un Nur-bohemians?
Pero si ahora te peinan a lo pobre (que yo lo he visto en un post)!
Como es posible entonces????
Ay que ver estos malasios, que subido se lo tienen!
Besos udianos.
:-P

Edu dijo...

sobre el listón, un compi de la noche madrileña me soltó el otro día una frase de las que marcan: "el listón yo lo pongo altísimo... y admito todo lo que pase por debajo..."

Filosofía pura.