En Malasia se celebran anualmente una gran variedad de eventos seculares y, sobre todo, religiosos. Véase entre otros la Navidad, el Año Nuevo Chino, el Ramadán, el Deewapali, la reencarnación de Visnú, el Yom Kippur, Hanukkah, el cumpleaños del Rey (en caso de tenerlo) y, quizá, hasta la muerte de Martin Luther King…
O el Thaipusam, un festival indio que conmemora el cumpleaños del dios Murugan. Cada año, más de un millón de personas se citan en las Batu Caves, donde se encuentra la estatua más grande del mundo del dios en cuestión, para dar gracias y cumplir con alguna promesa hecha en el pasado, el nacimiento de un hijo, la curación de alguna enfermedad grave, un aprobado en mates, etc.
Normalmente, la promesa se lleva a cabo peregrinando desde Kuala Lumpur hasta las cuevas portando unos calderos dorados llenos de leche en un recorrido de unos 15 kilómetros que culmina con la ascensión de 272 peldaños hasta la boca de la cueva. A lo más que llega la mayoría para cumplir sus promesas es a raparse la cabeza o a hacer el recorrido descalzo. Sin embargo, los más atrevidos o devotos (lo más locos en mi humilde parecer) recorren el camino con ganchos incrustados en la espalda y agujas clavadas en las mejillas o en la lengua, en lo que se conoce como la mortificación de la carne. Aunque apenas se ve algo de sangre, el espectáculo resulta bastante grotesco, más si cabe cuando tu compañero indio de trabajo te explica que estos peregrinos hacen la caminata en estado de trance (uuuh!) y que, pese a las docenas de piercings y tridentes que agujerean sus cuerpos, los peregrinos no sienten absolutamente nada de dolor.A pesar de la espectacularidad de algunas escenas y de un momentáneo “la virgen, dónde me he metido”, de nuevo a mi humilde parecer, algunos aspectos de la ceremonia resultan un poco teatreros, como los bailes que los tipos se marcan, supuestamente en estado de trance, y las miradas asesinas que echan a los curiosos que se acercan a presenciar la marcha, que recuerdan a los mejores momentos del Último Guerrero, a punto de sufrir el baile de San Vito mientras invocaba a Manitú; o la posterior salida del trance, que se produce cuando un sacerdote acerca una vela a la cara del peregrino que instantes después sufre un desmayo momentáneo en lo que parece el making of de la escena en que Tapón pasa una antorcha por la cara a Indiana Jones para despertarle de su letargo en el Templo Maldito. Hasta alguno parecía disfrazado de Mola Ram, Kali-Ma! Kali-MaAl llegar de nuevo a la oficina el lunes, me encuentro con compañeros indios con bolas de billar donde antes lucieron melenas, pero sin ninguna perforación en la cara ni rasguños en la espalda. Creo que este año hicieron el sorteo para que ver quién hacía el indio y representaba el paripé, y por suerte o por desgracia, a ninguno de los de aquí de abajo le tocó hacer el ídem.