Nos encontramos en el mes de septiembre. Del año 2009. Una soleada mañana de domingo en un mes especialmente lluvioso, monzónico. Tuerzo el gesto, miro hacia arriba y doy gracias a los dioses por los claros entre las nubes. Nos desplazamos en longtail, un tipo de embarcación más que típica en el sur de Tailandia. En la popa, Aaron, nuestro capitán, trata de salvar las embestidas del mar más violento que he visto en los dos últimos años esforzándose tanto como puede con el timón. Recuerdo su nombre porque coincide con uno de los personajes de otra de las islas más famosa de la televisión. Tampoco habla inglés y a duras penas acierta a decir snorkelling o sunset. Nosotros, según él, venimos de Sipaña, del país campeón de fútbol. Imagino que antes fue un simple pescador.El resto de pasajeros en la barca conforma un puzle de nacionalidades tal que, sobre un tablero, dibujarían las líneas del continente europeo. Un portugués, cuatro italianos, dos inglesas y nosotros, dos españoles. Además se nos colaron un australiano y su novio chino, y cuatro jovencitas, tailandesas, que acompañaban a los italianos. Once turistas en total, un capitano, como le dicen los spaghetti, y cuatro chicas de compañía. Nuestro destino: La Playa.
Entre el primer y el segundo mes de 1999 se rodaba allí una película basada en el libro de Alex Garland que, para bien o para mal, cambió el destino de estas islas para siempre. Hace diez años, la “20th Century Fox” elegía Ma Ya Bay como escenario central para el film y su presupuesto de cuarenta millones de dólares. Convencidos de que el paraíso además de arena blanca y aguas turquesas debía tener palmeras, plantaron 78 en las inmediaciones de la playa, utilizando para ello excavadoras que convertirían el idílico enclave en un set de rodaje más, dañando, según algunos ecologistas, su ecosistema de forma irreparable.
Hace cinco años un tsunami asoló las costas de todo el sur de Asia, dejando decenas de miles de muertos y kilómetros de destrucción a lo largo y ancho del continente. Cosas del destino, al alcanzar la Playa en cuestión, el tsunami mejoró drástricamente su aspecto retirando la basura acumulada durante años y devolviendo las dunas a su posición inicial. Una drámatica recompensa para los tailandeses, los phiphienses o phiphinos, que veían como finalmente recuperaban de nuevo su Playa original. Fue un Boxing Day de la navidad de 2004.
Y probablemente, entonces, hace cinco años, ella estaba aquí, en Phi Phi, cuya traducción al tailandés escrito muestra dos uves dobles con sombrero. No sé su nombre, pero tampoco habla inglés. Se encuentra detrás de una plancha y un cartel amarillo que dice “fast food”. Hamburguesas, perritos calientes y, sobre todo, “thailand pancakes”, su especialidad. Prepara la comida con la parsimonia típica del trópico, despacio pero sin pausa, ahora uno de nutella, ahora uno con banana, y te señala los ingredientes con la mirada, hablando sin decir una palabra. Afinando el oído por encima del ruido de las olas puedes escucharla entonando una antigua canción. Al terminar te ofrece el cambio con una sonrisa en los labios y te despide feliz, casi entre risas. Probablemente, un día se dedicaba a la agricultura.
Su dulzura contrasta con las gafas de sol y las chanclas que encuentras calle arriba. Chicos y chicas jóvenes, casi adolescentes, australianos o ingleses en su mayoría, meros imitadores del joven mochilero británico, el novelesco e idolatrado Richard, te asaltan desde sus tiendas ofreciéndote cursos de buceo, clases de cariocas de fuego (¿qué cojones? pienso) o excursiones por el mar. Por un momento la isla me parece artificial y extraña, como si hubiese sido tomada por alienígenas de rastas decoloradas y gafas de colores. ¿Guiris repartiendo pases en las puertas de los bares? Ja! Eso era algo que me faltaba por ver. La visión me pareció obscena, antinatural. Como los argentinos en Huertas, de corta y pega.
Es Tailandia y su sur, pienso. Turismo anglosajón de cerveza y barrigas sobre mini speedos.
Al volver de Sipadan dije que, casi con toda seguridad, no iba a volver a pisar una playa tan bonita en toda mi vida, ni a ver un agua tan transparente, tan turquesa. Tres semanas más tarde, comprendo lo gratuito y absurdo que resulta hacer afirmaciones absolutas. Gracias a los dioses, volvía a estar equivocado.
4 comentarios:
turista viajado criticando a turistas, espero que critiques la actitud y no el hecho en sí.
je je y a mi que la de tavernes me gusta mucho....
-pues sí, sin duda es LA playa
-todos somos turistas insostenibles, con nuestras pintuzas y hablando a gritos y fotografiando como locos, pero es lo que hay, no?
Ao Maya será demasiado visitada, demasiado famosa, demasiado hollywoodiense, demasiado vista, demasiado fotografiada, en definitiva demasiado para turistas tontos....pero yo seré uno de ellos, porque pese a todo pienso que es, sin duda alguna, LA PLAYA...
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