Miri es un pueblucho venido a más gracias a sus yacimientos de petróleo y a las caras blancas que lo gestionan. Mulu no llega a ser ni un pueblucho, pero tiene un hotel en el que Alberto de Monaco bailó y cantó con los locales, y unas cuevas que desafían las leyes por las cuales sus montañas y sus suelos se mantienen en pie. En una balanza, Miri sería como un globo de helio y Mulu como una pelota de bolos (agujeros incluidos), así que la decisión cayó por su propio peso, del lado de las cuevas y de Alberto. Nuestra segunda incursión en el Borneo malayo.
El principal atractivo de Mulu se encuentra en sus cuevas, pero como nosotros nunca fuimos seguidores de modas (al menos no desde que destaparon a los infames Milli Vanilli), preferimos el trekking de alturas y pináculos, y el sendero de los cazadores de cabezas. Nunca lo fuimos... hasta que la moda y la escasa disponibilidad de plazas en la zona, uno de los defectos del desarrollo turístico malasio (ya veremos si el Patata y el Beni pisan Sipadán), nos convirtieran en "otros más" que se quedan sin hacer ese par de rutas tan apetecibles.
Qué le vas a hacer, buena cara al mal tiempo, y derechos hacia las cuevas. La más grande del mundo, la más larga del planeta, la que más murciélagos acoge, y la que más guano decora su interior. Y todo eso porque aún no les ha dado por meter jumbos de la “Malaysian airlines”, que si no también tendrían el récord como “la cueva hangar más grande del mundo¨.
Tanta era la mierda y tal el olor que alguien le preguntó a la guía que qué pasaría cuando no entrase ni una cagarruta más en la cueva. Y de golpe se hizo el silencio. Se apagaron las linternas, y en la oscuridad solo se veían esos ojillos blancos con punto negro de los dibujos animados. "Se lo comen los bichos" se oye al típico marisabidillo del grupo, a lo que una voz discordante añade "qué injusticia, vaya ecosistema". Y se hizo de nuevo la luz. Y todos respiramos aliviados, ufff. Y cuando el aire entraba en nuestros pulmones, a todos nos vinos una arcada por la acidez del guano puaagg.
Entre 2 y 3 millones de murciélagos abandonan la cueva cada atardecer en busca de comida. Dicen que las crías se quedan en la guardería de la cueva y que al volver sus padres las reconocen por el olor, que, con tanto guano, ya tiene mérito. También dicen (el marisabidillo de turno y sus secuaces) que en Méjico o Tailandia, este momento es más espectacular si cabe; no sé si por el tamaño de los murciélagos, o porque nunca se está a gusto con lo que se tiene. El caso es que para mi el reguero que salía de la cueva, formando una especie de chimenea natural en el cielo, fue además de curioso, novedoso, y por eso me gustó.
El resto del tiempo lo pasamos subiendo montañas y bajándolas, dándonos chapuzones en el río y caminando del hotel a la cantina del parque, donde la comida estaba a mitad de precio. Andando llegamos a un poblado Penan, de hombres tatuados y mujeres con las orejas por la clavícula, al que el resto de turistas llegaban en barca. Tanto anduvimos que no puedo si no dedicar esta entrada al Ge y a la tendinitis con la que volvió de aquellos cinco duros días de vagabundear por París. Por ti (y por tus gemelos!).
2 comentarios:
la abuela se ha quedado muda???
Maikel naich, ponte unas fotos!!!!
Y no hay serpienton de 200 m en la cueva para festejarse tanto raton volador?
Malditos roedores!!!
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