Un buen día me dijo que ya no podía venir a buscarnos más. Al colgar el teléfono pensé, “la cagamos”.
Ya os he hablado de él. Se llama Sayid, como el ricitos de LOST, y durante seis meses fue el taxista que nos venía a recoger, unos días más tarde y otros más pronto, cada tarde a la oficina. Aunque a veces se ponía un poco pesado con el Islam y a Susana ni la miraba, ni la hablaba, por lo general se mostraba como un hombre afable y de conversación fácil. Su aspecto era el de un hombre duro y gastado por el tiempo. Fumaba mucho, incluso cuando nos llevaba a nosotros de pasajeros, y tenía un fuerte acento americano con el que, de cuando en cuando, gustaba de sermonearnos. Tenía casi 70 años y a veces nos contaba historias de cuando era joven, de sus años combatiendo comunistas en el ejército y de su etapa como profesor de inglés en la universidad. Los viernes solía llegar un poco tarde, sus amigos, decía, le liaban en la mezquita donde no sólo iba a orar, sino a descansar, a discutir de política.
Cada tarde, media hora antes de salir, le llamábamos para que viniese a buscarnos. El trayecto dura apenas quince minutos, lo que se tarda en ir desde nuestra oficina en Klang a la parada de tren de Padang Jawa, aunque, sin aire acondicionado, a veces se hacía un poco más pesado. A cambio de su fidelidad le pagábamos diez ringgits, tres o cuatro más de lo que habría sido justo.
Pese al "la cagamos", su llamada aquella tarde no nos preocupó mucho en principio. Se había hecho daño en un hombro por lo que deberíamos buscarnos otro taxi para los próximos días. Nosotros trabajamos en un polígono industrial un poco apartado de todo por lo que encontrar taxi no es siempre fácil. Aquel primer día llamamos a una compañía de taxis y estuvimos esperando su llegada casi una hora. Al segundo nos volvió a suceder lo mismo, y pronto caímos en la cuenta del papel tan importante que aquel viejo taxista había jugado hasta el momento en nuestras vidas. Sin él, llegar a casa cada tarde se había convertido en una pesadilla.
Llamamos a Sayid un par de veces para preguntarle sobre su lesión pero al cabo del tiempo pensamos que lo más seguro es que ya no le compensase venir a buscarnos o que había encontrado algún cliente que le ofreciese más dinero. Durante más de un mes estuvimos peleándonos con todos los radio-taxis de la zona y, muchas veces, ante la desesperación, echábamos a andar hacia la estación rezando porque algún taxi nos parase de camino. Cuántas caminatas nos habremos pegado bajo el sol sofocante de Malasia. Cuántos taxistas habrán pasado de largo sin reparar en nosotros. Cuánta dignidad perdida! Un día, después de más de una hora, hasta conseguimos llegar a la estación andando. Total ¿qué son seis kilómetros sin apenas aceras y 40 grados a la sombra?… deprimente, lo sé. En fin que, cuántas veces nos acordamos de Sayid (y de la madre que lo parió...).
La desmoralización llegó al punto de pensar en comprarnos una moto. Era una idea que ya barajamos al llegar, pero que descartamos por los consejos de nuestros compañeros de oficina, “de noche, esta ciudad es peligrosa, y si dejáis la moto en la estación seguramente no os dure ni dos días”. Sin embargo, la frustración era tal que optamos por darle una oportunidad al tema.
El día anterior en que Mr. Guna, un compañero de trabajo, debía llevarnos a varios talleres a ver modelos de moto ocurrió el milagro. Íbamos camino del tren bajo los ya habituales cuarenta grados de frustración cuando nos paró un taxista. “Hoy no os puedo llevar porque a las seis y media tengo que recoger a alguien, pero si queréis os voy a buscar mañana a las seis”. No sabíamos ni cómo se llamaba, pero tal era nuestro júbilo que guardé su nombre en el móvil como, Taxistaquemajillo. Aquel indio cumplió su promesa y al día siguiente estaba esperándonos en la puerta de la oficina.
Desde entonces Taxistaquemajillo nos ha venido a buscar todas las tardes de forma puntual, por lo que siempre llegamos a tiempo para coger el tren de las 18:16. Es joven y le encanta hablar de fútbol. La primera pregunta que me hizo fue que cuál era mi equipo favorito y cuando el Madrid fichó a Ronaldo, estuvimos todo el camino comentando la jugada. Su taxi está siempre limpio y cuando nos montamos, ufff!, siempre lleva puesto el aire acondicionado. Aquel primer día insistió en darnos el cambio de diez ringgits, pero le dijimos que se lo guardara.
Y así de feliz transcurría nuestra vida hasta ayer, cuando salimos de la oficina para reconocer en la puerta a… Sayid. "La madre que le parió", pensé. Se encontraba de pie cerca del taxi, como si de una aparición se tratase, y su figura parecía algo mayor. Al hablar observé que tenía un agujero en la boca que hace dos meses ocupaban dos dientes, la barba se le notaba descuidada y la ropa parecía que no había sido planchada en días. Nos dijo que ya se había recuperado y que había perdido nuestro número por lo que se había tomado la molestia de venir a la oficina para buscarnos. Noté que su inglés también había empeorado, parecía que no encontraba las palabras necesarias para expresarse con normalidad y, por eso del hueco en los dientes, silbaba mucho, y ni siquiera recordaba cómo nos llamábamos…
Fue un encuentro un poco incómodo, él abriendo la puerta del taxi y nosotros haciéndonos los despistados, silbando también, rehusando a entrar. Al final, le dijimos que otro taxi estaba en camino a lo que respondió sin importancia que no había problema, que le llamase al día siguiente y que él nos vendría a recoger, "as usual".
Bueno, pues ya es mañana y no sé a quién llamar. A ti la situación te parecerá una tontería pero yo llevo todo el día dándole vueltas. Por un lado, no llamar a Sayid sería hacerle un feo muy grande. Imagínate que un empleado tuyo se coge una baja médica y que cuando se reincorpora lo pones directamente de patitas en la calle para quedarte con su sustituto, que además de trabajar mucho mejor, habla de fútbol y no de religión. Por mucho que uno tenga experiencia, dejar a una novia nunca es fácil. Me imagino cogiendo el teléfono y teniendo esta conversación, “Sayid, mira, no sé cómo decírtelo pero… creo que debemos empezar a vernos con otra gente”, al estilo sensación de vivir, o, acaso esta otra, más directa y definitiva, “Sayid, he conocido a otro”.
Por otro lado, no puedo negar que Taxistaquemeajillo estuvo ahí cuando más le necesitábamos, que su taxi está mucho más limpio y que siempre está mucho más fresquito. Gracias a él, ahora cogemos el tren todos los días muy pronto y podemos llegar antes a casa. Ahora tengo tiempo de bajar a darme un baño a la piscina o de bajar al gimnasio. Ahora soy más feliz! y he recuperado la dignidad! Sayid es aquella chica de la que estaba enamorado hasta que esta otra, Taxiquemajillo, se cruzó en mi vida.
No sé si por listos, por tener ahora dos taxistas, nos quedaremos de nuevo sin ninguno y nos tocará volver a las andadas (nunca mejor dicho). Lo que sé es que son las cinco de la tarde y que debo llamar a uno de los dos para que venga a buscarme pero... ¿a quién?
6 comentarios:
¿Y no puedes contratar a los dos?
O por semanas o por días, pares-impares. Joer, es que la elección está realmente difícil...
clarisimamente se impone una encuesta ya.
dumb vota a taxiquemajillo
Seguro que os cuestan dos duros, así que, lo mejor es que cada uno vaya en un tazi y a tomar por culo.
La cuestión es quien va con quien??
Ya te jode!
mam vota por taxiquemajillo...... tiene A.A. y eso es fundamental para conservar la dignidad...
Y por cierto no nos dices nada del taxista que os lleva en la mañana del tren a la ofi... ese es el trabajo perfecto para Sayid, que madrugue en el nombre de Alá.
Voto por el Aire Acondicionado...
¿Al final que pasó? ¿A quién elegísteis? Taxiquemajillo objetivamente es mejor opción pero Sayid me da penita, tan mayor y que por una convalecencia se quede sin clientes... ¿no podéis buscar una solución intermedia, repartir el trabajo o algo así...?
Publicar un comentario