Cuando aterrizas te parece todo muy raro, diferente, y enseguida piensas en hacer una entrada para comentarlo. Pasan los días, y después las semanas, y las ansias por contar al mundo aquello que te sorprendía se quedan en nada. Lo novedoso se convierte en rutina, lo que antes te asqueaba ahora te agrada y las ratas… las ratas no te sorprenden más que un gato en España. De súbito, tu entorno cambia y, sin quererlo, te cambia a ti también. De nada sirve luchar contra lo que te rodea. El intento provocaría una más que probable vuelta anticipada o, peor aún, acabaría por transformarte en un cretino amargado, de esos que tanto abundan hasta sin salir de casa. Decía que el entorno te hace cambiar y a esta circunstancia se le denomina proceso de asilvestramiento.
Si uno decide emprender esta aventura en Malasia, lo quiera o no, termina asilvestrado. Un tiempo conviviendo aquí te devuelve a los orígenes de la especie, al menos en lo que a maneras en la mesa se refiere. Comer con las manos no es una falta de educación sino una antigua tradición, matar una cucaracha que sale disparada de debajo del plato que un camarero acaba de depositar sobre tu mesa deja de ser una excusa para montar una escena y cambiar de local. Dos años viviendo por aquí acaban por transformar las maneras y los modos de cualquiera… y eso que yo era un mísero ratilla (desde que me picó…).Uno llega a un restaurante y lo primero que aprecia son los platos y los cubiertos de plástico. Están sucios, como el mantel. Al momento aparece un gentil camarero, con cara de estoy-a-punto-de-caer-muerto, que te ofrece una palangana de agua hirviendo por si te apetece darles un agua antes de llevártelos a la boca. Help Yourself, que le dicen algunos. Las sillas y las mesas, también son de plástico y también están sucias, pero… no me traigas otro barreño porque no las pienso limpiar. Lo que no te traen son cuchillos, aquí no existen, así que cuando te plantan un muslo de pollo con hueso delante te las tienes que apañar con la cuchara y el tenedor. Así les va, que cuando les llevas a algún sitio decente con Oh! Cuchillos los pobrecitos no saben utilizarlos. Tampoco existen las servilletas, como mucho te ofrecen un kleenex o un rollo de papel del culo.
Además, siempre comen con una sola mano sobre la mesa (¿La otra sujetándose las pelotillas?) y con la boca abierta. Nunca esperan a que todo el mundo tenga el plato delante para empezar. Ni siquiera preguntan. Sería interesante comprobar la cara de mi abuela si invitase a un chino a cenar por Navidad.
- David, ¿desde cuándo cena Napo con nosotros?
En alguna parte leí que los niños chinos son capaces de tocar el piano como lo hacía el mismísimo Mozart a los cuatros años. Sin embargo, algo les pasa en el cerebro que no lo terminan de desarrollar del todo, y a los diez años son, casi siempre, superados por sus compañeros occidentales. Se trata de una cualidad llamada creatividad. Un ejemplo. Para comer hay tres opciones, noodles, arroz o noodles y arroz. ¿Cómo es posible que, una cultura milenaria como la china y de la que tanto se enorgullecen, se alimente durante todos los puñeteros días del año de arroz (para comer, cenar y hasta desayunar!) y que solo conozcan un par de formas de cocinarlo? Me pone negro cuando a la hora de comer me preguntan:
- What do you want for lunch?
- Coño! Y que voy a querer! Pues un chuletón de Ávila – respondo en castellano.
- Sorry?
- Pues noodles o arroz joder! ¿o es que habéis inventado algo nuevo? – aún en español.
- Why are you speaking spanish?
- Porque me he asilvestrado. Coño.Por eso, uno termina por hacerse asiduo de cualquier bazofia occidental que se cruce en su camino. De esta boca, que es de buen comer, han llegado a salir expresiones tales como “Mi reino por un Big Mac” o “Si hay un Pizza Hut lo demás me da igual”. Existe una gran diferencia entre comer y comer bien y cuando la segunda opción se te niega de forma sistemática solo te queda aferrarte a lo conocido. Aunque sea bazofia.
También gusto de frecuentar los buffets. Por aquello de la nostalgia. Por comer en platos de porcelana y beber de vasos de cristal. Por su embutido y por su pasta italiana que no china, por lo mullido de sus alfombras de hotel, por sus quesos... Son limpios y al sentarse, Bendito sea el Creador! hay servilletas y hay cuchillos, pero no hay bichos. Y sobre todo hay pan y te atienden bien. Los platos y cubiertos los sacan limpios de la cocina.
- ¿Qué hace señor?
- Dando un agua a los cubiertos. Y no me llame señor.
- ¿En este restaurante lo sacamos todo limpio, señor?
- Ya lo veo. Pero es que estoy asilvestrado. Y ya le dije que ya no soy un señor.
Ah! Y no pidas postre porque la comida china carece de él. Si te traen algo será viscoso, estará caliente y tendrá grumos. No te lo comas.
3 comentarios:
Muy bueno, que de diferencias, como definirías el comer en un chino de Madrid, sería como un pizza-uhut o un bk.
Un slaudo.
Lo que tu llamas asilvestramiento también se llama punto de no retorno. Ten cuidao!
Diosssssssss como te entiendo!! Yo aguanté un año y casi muero, ahora cuando me proponen ir a cenar a un oriental se me quita el hambre de golpe solo de pensar en el olor a soja...
Ánimo y un beso!!
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