Nunca fui demasiado reivindicativo. En mi pandilla esa tarea siempre recaía en otras personas con más ganas o tablas para reclamar lo que a nuestros ojos era justo. De mayor la cosa no ha cambiado mucho. Desde aquí no se me podrá acusar de utilizar este espacio para reivindicar, denunciar o llamar la atención sobre las dificultades que un becario ICEX se encuentra a lo largo del desarrollo de sus actividades en el exterior. Y, sin embargo, hoy me apetece levantar el puño, increpar, vociferar y, sobre todo, gritar Basta Ya!
Esta aventura comenzó meses antes de Yakarta. Reconozco que el primer día de máster en Madrid me sentí acomplejado por los currículums de la mayoría de mis compañeros. Estados Unidos, Alemania, Suiza, todo el mundo había vivido, estudiado y/o trabajado en el extranjero, y para muchos de ellos aquel éste no sería ni siquiera su primer máster. En algún momento durante la sesión de apertura bajé la cabeza y me pregunté a quién había engañado yo para estar allí. La puntilla final me la vino a dar el Director de Becas cuando afirmó a bombo y platillo que nosotros éramos la elite.
Como suele ocurrir en estos casos seis meses después la historia era otra bien diferente. No solo descubrí que podía encajar casi a la perfección (al menos a veces) entre aquel grupo de vividores, borrachos y pendencieros con los que me tocó compartir clase sino que para cuando el máster tocaba a su fin aquel mismo Director de Becas que nos había puesto por las nubes apenas un semestre antes nos trataba ahora de sucios becarios, el eslabón más bajo cualquier oficina, dijo con desdén. A aquellas alturas ya nada me pillaba por sorpresa, los humillantes talleres de escritura o el desprecio con el que nos trataban algunos profesores o tutores, ya me habían dado una idea de cuál había sido mi estatus durante todo aquel tiempo.
Así llegué a Yakarta, como un simple becario. Con una carrera terminada, 4 años de experiencia laboral, un máster y recibiendo el mismo trato infantil que mis tutores de beca me había otorgado seis años atrás cuando realicé una beca en la universidad. Ordenar bibliotecas, redactar cartas, pasarme el día al teléfono contactando con empresas… no hay nada cómo realizar un trabajo que estimule tu mente y que se adecue a tu formación profesional.
Y, sin embargo, durante todo este tiempo de beca no he sentido la necesidad de quejarme. En realidad, ya sabía a lo que me apuntaba y casi puedo decir que ya estaba al corriente de lo que me esperaba. A sabiendas de lo que había decidí enrolarme, así que desde ese momento aceptaba, de algún modo, recibir este tipo de trato. El día que conocí a Alfredo me dijo que el se apuntó porque tenía la espinita clavada de no haberse ido de Erásmus y mi primo, en un correo contestación a mis amargas lamentaciones sobre lo aburrida que era la vida en la oficina, me contestó lo siguiente: “Lo del curro, no te preocupes maricón, acuérdate de los días en los que has estado puteado currando como un jodeputa y dite a ti mismo que este año va a ser el gran año. El año de tocarte los huevos, el año de shuparla la cohones, el año del surfeo, de las islas paradisíacas, de los masajes de a dos duros, del alcoholismo desenfrenado, de los viajes exóticos.... el año para grabar en una cámara de video y pasarte el resto de tu vida acordándote de él”.
Así que si no me quejo de los estudios de entonces ni del trabajo de ahora, de qué hostias te quejas, os preguntaréis. Pues veréis…
Con el fin de facilitarnos ciertos trámites y otorgarnos indudables privilegios, el Ministerio de Asuntos Exteriores nos concedió un pasaporte de servicios que especifica que trabajamos en la Embajada de España en Yakarta lo cual, además de hacernos parecer más altos y más guapos, nos ha ahorrado algún que otro disgusto.
Además, en una de las cubiertas del pasaporte se puede leer “las Autoridades Españolas esperan que los países extranjeros a donde se dirija no le pongan impedimento alguno en su viaje”. Ahora bien, como todo funcionario encargado de temas consulares debería saber (y si no lo sabe se lo digo yo) para obtener un visado de entrada en cualquier país de esta parte del mundo se necesita un pasaporte con una fecha de expiración superior a seis meses. Sin embargo, a alguien en exteriores se le ocurrió la feliz idea de que una vez finalizada la beca no deberíamos seguir aprovechándonos de dicho documento (son becarios por Dios!) por lo que nos pusieron una fecha de validez hasta el 30 de noviembre de 2008 ¿Resultado? Que hay cuatro becarios en Yakarta y otros tantos repartidos por el mundo que no podrán salir de sus respectivos destinos de trabajo durante los últimos cuatro meses de beca.
Soluciones hay muchas. Pedir la renovación del pasaporte o reclamar la devolución del nuestro original (custodiado en una caja fuerte de la Embajada) son algunas de ellas. Sin embargo, las mismas autoridades que esperan que el resto de países nos deje transitar libremente nos da la espalda con problemas administrativos (nos dicen que seguramente no se nos conceda la renovación que ya hemos solicitado), protocolos burocráticos (no se nos pueden devolver nuestros pasaportes ordinarios si no es por causas mayores) o frases como “es que los becarios de este año viajan mucho”?
Ya que probablemente no vuelva a gozar de una ocasión parecida en toda mi vida, me gustaría tener la oportunidad de visitar y conocer el mayor número de países que quedan aquí al lado. Tarea difícil si las mismas autoridades que suscriben en nuestros documentos de viaje que se nos dé todo el favor y ayuda que necesitemos, nos dan la espalda de semejante manera. Esta circunstancia afecta a casi al 20% de las personas que en la actualidad desarrollan sus funciones en la Embajada de España en Yakarta (no llegamos a 22 personas en total) y aún así nuestra condición de becarios nos hace invisibles ante cargos superiores.
No me gusta quejarme, no me gusta levantar la voz más de lo necesario y mucho menos buscar la confrontación porque sí. Con sus cosas buenas y sus cosas malas, desde el primer día acepté mi estatus de becario, pero no puedo con la ilógica ni el sinsentido de que se me niegue, por becario y porque sí, el derecho a expatriarme un poco más lejos un fin de semana. El Artículo 19 de nuestra Constitución dice que los españoles tenemos derecho a elegir libremente nuestra residencia y que, asimismo, tenemos derecho a entrar y salir libremente de España. Y yo me preguntó ¿con qué derecho nos obligan a los expatriados a permanecer encerrados en un país que ni siquiera hemos elegido como si en lugar de trabajadores fuésemos reclusos? ¿Qué incoherencia más grande verme en esta situación trabajando para un Instituto de Comercio Exterior y realizando una Beca de Internacionalización?
Espero que esta situación se resuelva pronto. Quiero ir a Vietnam, quiero ir a Camboya, y, sobretodo, quiero ser libre para elegir dónde ir y qué hacer en mi tiempo libre. Creo que antes que becario soy español, y antes que todo persona, y como todos en este mundo, yo también estoy amparado por una serie de derechos fundamentales, y el más importante, La Libertad, es el que ahora se me niega.
Esta aventura comenzó meses antes de Yakarta. Reconozco que el primer día de máster en Madrid me sentí acomplejado por los currículums de la mayoría de mis compañeros. Estados Unidos, Alemania, Suiza, todo el mundo había vivido, estudiado y/o trabajado en el extranjero, y para muchos de ellos aquel éste no sería ni siquiera su primer máster. En algún momento durante la sesión de apertura bajé la cabeza y me pregunté a quién había engañado yo para estar allí. La puntilla final me la vino a dar el Director de Becas cuando afirmó a bombo y platillo que nosotros éramos la elite.
Como suele ocurrir en estos casos seis meses después la historia era otra bien diferente. No solo descubrí que podía encajar casi a la perfección (al menos a veces) entre aquel grupo de vividores, borrachos y pendencieros con los que me tocó compartir clase sino que para cuando el máster tocaba a su fin aquel mismo Director de Becas que nos había puesto por las nubes apenas un semestre antes nos trataba ahora de sucios becarios, el eslabón más bajo cualquier oficina, dijo con desdén. A aquellas alturas ya nada me pillaba por sorpresa, los humillantes talleres de escritura o el desprecio con el que nos trataban algunos profesores o tutores, ya me habían dado una idea de cuál había sido mi estatus durante todo aquel tiempo.
Así llegué a Yakarta, como un simple becario. Con una carrera terminada, 4 años de experiencia laboral, un máster y recibiendo el mismo trato infantil que mis tutores de beca me había otorgado seis años atrás cuando realicé una beca en la universidad. Ordenar bibliotecas, redactar cartas, pasarme el día al teléfono contactando con empresas… no hay nada cómo realizar un trabajo que estimule tu mente y que se adecue a tu formación profesional.
Y, sin embargo, durante todo este tiempo de beca no he sentido la necesidad de quejarme. En realidad, ya sabía a lo que me apuntaba y casi puedo decir que ya estaba al corriente de lo que me esperaba. A sabiendas de lo que había decidí enrolarme, así que desde ese momento aceptaba, de algún modo, recibir este tipo de trato. El día que conocí a Alfredo me dijo que el se apuntó porque tenía la espinita clavada de no haberse ido de Erásmus y mi primo, en un correo contestación a mis amargas lamentaciones sobre lo aburrida que era la vida en la oficina, me contestó lo siguiente: “Lo del curro, no te preocupes maricón, acuérdate de los días en los que has estado puteado currando como un jodeputa y dite a ti mismo que este año va a ser el gran año. El año de tocarte los huevos, el año de shuparla la cohones, el año del surfeo, de las islas paradisíacas, de los masajes de a dos duros, del alcoholismo desenfrenado, de los viajes exóticos.... el año para grabar en una cámara de video y pasarte el resto de tu vida acordándote de él”.
Así que si no me quejo de los estudios de entonces ni del trabajo de ahora, de qué hostias te quejas, os preguntaréis. Pues veréis…
Con el fin de facilitarnos ciertos trámites y otorgarnos indudables privilegios, el Ministerio de Asuntos Exteriores nos concedió un pasaporte de servicios que especifica que trabajamos en la Embajada de España en Yakarta lo cual, además de hacernos parecer más altos y más guapos, nos ha ahorrado algún que otro disgusto.
Además, en una de las cubiertas del pasaporte se puede leer “las Autoridades Españolas esperan que los países extranjeros a donde se dirija no le pongan impedimento alguno en su viaje”. Ahora bien, como todo funcionario encargado de temas consulares debería saber (y si no lo sabe se lo digo yo) para obtener un visado de entrada en cualquier país de esta parte del mundo se necesita un pasaporte con una fecha de expiración superior a seis meses. Sin embargo, a alguien en exteriores se le ocurrió la feliz idea de que una vez finalizada la beca no deberíamos seguir aprovechándonos de dicho documento (son becarios por Dios!) por lo que nos pusieron una fecha de validez hasta el 30 de noviembre de 2008 ¿Resultado? Que hay cuatro becarios en Yakarta y otros tantos repartidos por el mundo que no podrán salir de sus respectivos destinos de trabajo durante los últimos cuatro meses de beca.
Soluciones hay muchas. Pedir la renovación del pasaporte o reclamar la devolución del nuestro original (custodiado en una caja fuerte de la Embajada) son algunas de ellas. Sin embargo, las mismas autoridades que esperan que el resto de países nos deje transitar libremente nos da la espalda con problemas administrativos (nos dicen que seguramente no se nos conceda la renovación que ya hemos solicitado), protocolos burocráticos (no se nos pueden devolver nuestros pasaportes ordinarios si no es por causas mayores) o frases como “es que los becarios de este año viajan mucho”?
Ya que probablemente no vuelva a gozar de una ocasión parecida en toda mi vida, me gustaría tener la oportunidad de visitar y conocer el mayor número de países que quedan aquí al lado. Tarea difícil si las mismas autoridades que suscriben en nuestros documentos de viaje que se nos dé todo el favor y ayuda que necesitemos, nos dan la espalda de semejante manera. Esta circunstancia afecta a casi al 20% de las personas que en la actualidad desarrollan sus funciones en la Embajada de España en Yakarta (no llegamos a 22 personas en total) y aún así nuestra condición de becarios nos hace invisibles ante cargos superiores.
No me gusta quejarme, no me gusta levantar la voz más de lo necesario y mucho menos buscar la confrontación porque sí. Con sus cosas buenas y sus cosas malas, desde el primer día acepté mi estatus de becario, pero no puedo con la ilógica ni el sinsentido de que se me niegue, por becario y porque sí, el derecho a expatriarme un poco más lejos un fin de semana. El Artículo 19 de nuestra Constitución dice que los españoles tenemos derecho a elegir libremente nuestra residencia y que, asimismo, tenemos derecho a entrar y salir libremente de España. Y yo me preguntó ¿con qué derecho nos obligan a los expatriados a permanecer encerrados en un país que ni siquiera hemos elegido como si en lugar de trabajadores fuésemos reclusos? ¿Qué incoherencia más grande verme en esta situación trabajando para un Instituto de Comercio Exterior y realizando una Beca de Internacionalización?
Espero que esta situación se resuelva pronto. Quiero ir a Vietnam, quiero ir a Camboya, y, sobretodo, quiero ser libre para elegir dónde ir y qué hacer en mi tiempo libre. Creo que antes que becario soy español, y antes que todo persona, y como todos en este mundo, yo también estoy amparado por una serie de derechos fundamentales, y el más importante, La Libertad, es el que ahora se me niega.