lunes, 14 de abril de 2008

¿Isla, ciudad o país?

Un cielo rojo fuego brilla sobre la cola del avión al aproximarnos a la pequeña isla. Alguien dijo que estábamos saliendo del infierno para entrar en el reino de los cielos. Entre tu y yo, Singapur es a Yakarta lo que Dios es al Diablo. Amén.

No voy a comparar ambas ciudades porque hoy no me apetece hablar de Yakarta. Y porque, para ser sinceros, no cabe comparación alguna. Porque el sábado por la noche fuimos a ver las finales de Moi Tai Asia y entre seis combates solo vimos un KO. El que le metió un Singapurense a un Indonesio.

Como Paco Martínez Soria. Así me sentí al llegar. Un Terimah Kasi en lugar de un thank you en aduanas, un macho que vamos en Mercedes al montar en taxi, y tres conatos de atropello al intentar cruzar la calle sin mirar, bastaron para darme cuenta de que Paco había llegado a la gran ciudad. El choque cultural fue, ésta vez, en sentido contrario. Tantas veces me las había llevado en la frente que ésta, que venía por detrás y a la colleja, me pilló por sorpresa y pensando en los tiburones.
Singapur es CosMopolIta porque es China, es Malaya y es India. Un cóctel mezclado a la perfección por la pérfida Albión. Como a ellos les gusta, shaken but not stirred. Es ordenada y tranquila, tanto que algunos la dicen Singabore. Yo no lo creo así y, si no, ahí quedan las fotos de Parchís, para darle color a la ciudad. Es occidente sin salir de oriente porque tiene su parte vieja, cuidada y explotada al estilo europeo, con sus terracitas croatas y sus avenidas parisinas.

Y en muchos sentidos hasta se pasa de civilizada. Singapur es una ciudad prohibitiva, no tanto por sus precios, asequibles al bolsillo expatriado, como por sus prohibiciones. Alguien me dijo alguna vez que la Carta de las Naciones Unidas no era más que leyes naturales escritas sobre un papel. Que el hombre nacía con ellas, como un sello indeleble en el cerebro. Singapur ha hecho lo mismo pero a un nivel mucho menos ambicioso. Haz una lista con todo aquello que te parezca incívico y conviértela en ley. Si tiras un chicle al suelo, multa. Si tiras una colilla, multa. Si después de poner un fax te vas sin tirar de la cadena, multa. ¿El resultado? Orientales con modales alemanes.
Gracias a Hafner por su hospitalidad y sus inigualables dotes como guía, “esta es la calle de la muerte”. Pero sobre todo, gracias por el jamón y gracias por el chorizo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Oye, que por las fotos parece que fuisteis a grabar un album a Singapur eh! vaya modernitos

Anónimo dijo...

estoy con lo que dice e más que modernitos parecen unos profetas del gafapastismo-progresivo.

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

Cariñito...no me suprimas. estoy aquí con el G y nos hemos acordado de ti y de la ratilla.....que tiempos aquellos en los que nos teniamos que beber el crawens.