lunes, 24 de agosto de 2009

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Amnistía Internacional (AI) ha instado al Gobierno de Malasia a que intervenga para evitar que una modelo de religión musulmana que bebió una cerveza sea azotada en cumplimiento de las leyes islámicas. Kartika Sari Dewi Sukarno, de 32 años, fue condenada el pasado julio a seis latigazos y a una multa de 5.000 ringgit (unos 2.000 dólares) por consumir alcohol en una sala de fiestas del estado de Pahang, al este de Malasia.

"Azotar es un castigo cruel, inhumano y degradante, y además lo prohíbe la legislación internacional sobre Derechos Humanos", indicó la organización en un comunicado. De llevarse a cabo el castigo, esta modelo que trabaja en la vecina Singapur y es madre de dos hijos, será la primera mujer en ser azotada en Malasia, bajo la sharia o ley islámica que se aplica a la población de religión musulmana. Cuando el tribunal de Pahang anunció el fallo, el fiscal a cargo del caso declaró que el objetivo de la pena "es educarla, más que castigarla".

Los hechos por los que fue declarada culpable se remontan a hace un año, cuando la modelo asistió junto a varias amigas a una fiesta playera y el camarero que le sirvió la cerveza no le pidió su documentación para verificar que no era musulmana. Alguna persona se percató de que bebía cerveza y alertó a la Policía, que detuvo a la mujer.

El consumo de alcohol es un asunto polémico en Malasia, donde un sector de la mayoría musulmana quiere extender la prohibición a las minorías china e india e implantar una "ley seca" en todo el país. En Malasia, los azotes se dan con
un látigo de ratán de un metro de largo y humedecido antes de ser empleado por los funcionarios de prisión a cargo de aplicar el castigo corporal.

Fuente: EFE

miércoles, 19 de agosto de 2009

El Canto de la Grulla

Hacía tiempo que pensaba en escribir sobre este tema. Tiene que ver con algo sobre lo que ya os hablé el año pasado y que, casi inconscientemente, he ido dejando siempre para más adelante. Pero ha llegado el momento de recurrir, de nuevo, al mismo tema, escatológico y excrementicio, de los cuartos de baño.

Puede resultar complicado entender ciertas prácticas desde nuestro común e impecable decoro occidental. Es más, seguro que casi todos tenemos la certeza de que sólo hay una forma de utilizar un cuarto de baño. No tiene mucho misterio; te sientas, te relajas, coges una revista (opcional) y terminas. Tan simple que yo mismo pensaba que si teletransportases a un troglodita hasta nuestros tiempos y le plantases delante de una taza de váter, él solito sabría cómo utilizarla.

Demostrar esta teoría resultaría altamente complicado, por no decir imposible, por lo que si quisiésemos continuar con el experimento no nos quedaría otra que cambiar el sujeto de estudio. Por ello tomaremos como muestra no un individuo del pasado sino un país entero del presente, por ejemplo, Malasia.

El método científico dice que el primer paso para confirmar una teoría consiste en la observación. Bien, después de 10 meses en Malasia, puedo decir que ya he visto suficiente. Y si a eso le sumamos el tiempo que pasé en Indonesia, seguro que ya he visto más de lo que aconsejan los psiquiatras (si fuese un personaje de la Llamada de Cthulhu tendría el nivel de cordura bajo cero). Una de las cosas que más me llamó la atención, por ejemplo, fueron lo sucias y gastadas que estaban las tapas de las tazas de váter en los sitios públicos. Allá donde iba las encontraba grisáceas y con unos surcos extraños en la parte donde te sientas, algo parecido a arañazos, como si los mojones malayos se aferrasen a la vida. Más tarde observé que sólo se formaban colas en aquellos cubículos que no tenían taza, consistentes en un simple agujero en el suelo. El resto, con váter, estaban vacíos la mayor parte del tiempo. Van contra natura, pensaba.

¿Por qué de este comportamiento? ¿Tendría algo que ver con las manchas grises y los arañazos? Entonces un día vi este cartel en un cuarto de baño y comprendí, estupefacto, como mi teoría del troglodita había sido refutada, y no por un individuo asocial y aislado procedente del pasado, sino por toda una nación.

En Malasia la gente se sube a los retretes para hacer sus necesidades! Plantan los pies en la tapita de plástico, ahí donde luego yo acomodo mis posaderas, y como si nada se acuclillan para hacer sus asuntos. Ni a los guionistas de cocodrilo dundee se les habría ocurrido semejante aberración!

Lo gracioso, y lastimoso, del asunto es comprobar cómo las autoridades malayas, conscientes del error, tratan de aleccionar a su pueblo, confundido y aferrado a sus costumbres, sobre el uso adecuado del inodoro. Con cómics y carteles, de lo más irónico. Esto les pasa por no haber aprendido la lección a tiempo, claro que imagino que cuando los ingleses, ingenuos como son, instalaron los primeros baños en el país tropical no creyeron necesario explicar su correcta utilización; “hasta un troglodita sabría cómo hacerlo”, pensarían.

El cuarto paso de la teoría científica invita a probar la hipótesis mediante la experimentación, pero una vez refutada la teoría me niego a ir más allá. Adoptar la posición de la grulla debe resultar complicadísimo y, como se puede apreciar en los carteles, altamente peligroso. Casi esperpéntico. Tanto que si lo hiciesen los del Circo del Sol lo llamarían arte.

Pensándolo detenidamente me surgen muchas preguntas. Si no se quieren sentar, ¿por qué no ponen trocitos de papel, o por qué no se reclinan sin más? ¿o por qué no hacen como nosotros y acercan el trasero sin llegar a tocar la taza? O puestos a ser más brutos, ¿por qué no enfrentarse a la taza cual Clint Eastwood en pleno duelo o cual Rivaldo listo para lanzar un libre directo, de pie, pero en el suelo, y con la taza entre las piernas arqueadas? Raúl lo tendría fácil.

Pero si hay una pregunta recurrente y que no puedo dejar de hacerme es, ¿por qué cagar en cuclillas cuando puedes cagar sentado?

miércoles, 12 de agosto de 2009

El Efecto Maison

Miraba aquellos papeles y me hacía el loco. Yo creo que servirá, pensaba, total,los tengo todos menos uno y ya he presentado el resto de documentación. Se trataba del expediente académico; lo había pedido un par de años atrás para presentarlo en el trabajo, ese mismo que estaba a punto de abandonar, e, inexplicablemente, no encontraba una de sus hojas. Había perdido la número siete. No pasa nada, total, es sólo una página, pensaba.

Por aquel entonces aún no conocía una de las máximas del ICEX: lo tomas o lo dejas, como las lentejas, o todo o nada, como en la ruleta rusa, o presentas antes del viernes el documento completo, con-todas-y-cada-una-de-sus-doce-páginas, o llamamos al siguiente candidato.

No estaba del todo seguro de que aquella decisión fuese la más acertada así que zanjé la cuestión lanzándoles un órdago. No iba a dejar que aquella panda de burócratas me pasase por encima. Si por una hoja de papel me van a montar ésta, ya se pueden ir buscando a otro. Di media vuelta y volví a mi oficina. Me senté en mi mesa y respiré aliviado, ¿por qué habría de arriesgarlo todo?

Aquella misma tarde me armé de valor y subí a hablar con mi jefe. Había pospuesto el tema de aumento por si finalmente abandonaba la empresa, pero había llegado el momento de agarrar al toro por los cuernos y luchar por aquello que tanto había ansiado durante los últimos meses. Casi había descartado la idea de la beca así que, después de todo, me sentía legitimado para exigirlo. Aún así, le hablé de la oferta y de los exámenes que había pasado, del máster que me ofrecían y del año en la embajada. En realidad, la beca ya no era más que una simple coartada, una encerrona. La presión de irme y dejarlos tirados era mi estrategia.

Aquellas navidades las pasé en casa, con los míos. La estrategia funcionó y para celebrar la subida de sueldo compré un montón de regalos. Al ver el extracto bancario de enero decidí abrir una cuenta corriente extra para ahorrar algo de dinero y poder comprar los muebles de la casa. Aún quedaba más de un año para que me la diesen, pero ya llevaba tiempo viendo cosas y empollándome el catálogo de IKEA.

Seguí trabajando en aquella oficina. La gente era genial y cada día, a la hora del desayuno, celebrábamos una pequeña reunión para hablar de fútbol, nuestro sanedrín particular. El rondo, le decíamos. El verano se fue como llegó, rápidamente y sin apenas tiempo para disfrutarlo. En otoño asistiría emocionado al nacimiento de mi primer sobrino, Nicolás, y vería como mi vida se llenaba, poco a poco, de más y más mocosos. Mi mejor amigo me dijo que iba a ser padre, mi primo y su novia esperan para septiembre a la princesa bohemia y últimamente ando aleccionando a Sofía sobre cómo mantener a raya a los matones del cole de mayores, que empezará el año que viene.

Por Facebook encontré a varios compañeros de clase y, en mayo del año pasado, decidimos hacer una quedada para contar batallitas y recuperar el tiempo perdido. Eran no menos de las cinco de la mañana cuando recién orinados en la puerta del colegio decidimos recogernos a casa. Los meses pasan fugaces uno detrás de otro, como coches en una autopista. Junio de 2008 me vio celebrar el gol de Torres en la Cibeles, y el de 2009 tirarle de las orejas a mi abuela en su 99 cumpleaños.

Aún hoy conservo el mismo trabajo, la misma gente, los mismos clientes. Hace unos meses me ascendieron y por fin pude cambiar de coche. Jamás me arrepentí de rechazar la beca y quedarme; es más, ni siquiera he vuelto a pensar en ello. Me considero una persona feliz y no me cambiaría por nadie.

Muchos sabréis en qué consiste el efecto mariposa. Para los que aún no lo saben diré que el nombre proviene de un antiguo proverbio chino que dice así, “el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”. O dicho de un modo aún más poético, el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en Nueva York. La teoría viene a decir que la más mínima variación en las condiciones iniciales puede provocar que el sistema evolucione de una forma totalmente diferente. Esta interrelación causa-efecto, concluye el artículo, se da en todos los eventos de la vida.

Aquella fría mañana de diciembre de 2007 ni lancé un órdago al ICEX, ni me tiré ningún farol en el despacho de mi jefe. La verdadera historia cuenta que salí hecho un flan de las oficinas del ICEX. Quedaban solo dos días para presentar la documentación y a mi me faltaba la página siete del dichoso expediente. Al llamar a la universidad me dijeron que tardarían entre dos y tres semanas en tener listo una nueva copia. Sudores fríos caían por mi frente, no me podía creer que después de medio año de exámenes y agobios, el destino me fuese a jugar tamaña jugarreta.

Decía que llegué al trabajo totalmente abatido. Allí me encontré con Maison, que para variar estaba con un bajón aún peor que el mío. Amigo y confidente, al contarle mi problema enseguida se ofreció a ayudarme. Sus padres, me contó, trabajaban en la universidad y quizá podrían conseguir que el rector firmase mi nuevo expediente en un tiempo récord. Dos días después conseguí, gracias a él, entregar el documento, flamante página siete incluida, apenas minutos antes de que las oficinas del ICEX cerrasen el plazo.

Hoy me pregunto cómo serían nuestras vidas si hubiésemos tomado otras decisiones, qué hubiese pasado si hubiese sido Brasil en lugar de Indonesia y, sobretodo, qué hubiese pasado si no llega a ser por Maison. Al mirar hacia atrás veo a lo lejos un montón de trenes que dejé pasar, mientras que si hago memoria veo otros muchos que cogí sin saber a dónde me llevaban. Quizá la clave esté en no comerse la cabeza y en no fijarse de dónde vienes, si no a dónde vas. Como el chico de la otra historia, hoy, dos años y medio después, también me considero una persona feliz y afortunada, y hoy tampoco me cambiaría por nadie.
Esta entrada está dedicada, como no, al Gran Maison.

martes, 4 de agosto de 2009

Test Drive 2009

Era el primer ordenador que teníamos, solo tenía cuatro colores (¿CGA?) y una tapa a un lado de la pantalla para insertar diskettes de cinco un cuarto. Digital Vax Mate, ese era su nombre.

Estamos a finales de la década de los ochenta, algún año perdido entre la noche vieja de Sabrina y el mundial de Italia. Un tiempo en el que todos los juegos funcionaban aún bajo la combinación mágica del O-P-Q-A. En aquel entonces era mi padre quien, de cuando en cuando, traía algún juego a casa. El LHX de helicópteros, aquel otro de golf o, el que sería nuestro primer juego de coches en un ordenador, el Test Drive.

Lo cierto es que el juego era lo más para aquella época. Podías elegir entre varios coches, un Ferrari, un Porsche, un Lamborgini, tenía retrovisor donde ver los coches que habías pasado y la policía te perseguía, e incluso te multaba, si te pasabas el límite de velocidad delante de ellos. Todo era perfecto salvo por una cosa, las marchas.

Las dichosas y complicadas marchas. Yo tenía menos de diez años y aún no tenía la menor idea de utilizarlas. ¿Para qué leches sirven? pensaba. El maldito coche se quemaba si no conseguías cambiar a tiempo y a mi lo que me molaba era acelerar y torcer. El freno y, sobretodo, las marchas me traían sin cuidado. Para evitar mayores problemas perfeccioné una técnica a la salida que consistía en subir de primera a quinta directamente y acelerar a tope hasta coger velocidad. Ni que decir tiene que el coche iba cagado hasta que no alcanzaba los 100 km/h y que perdía un tiempo precioso, pero aún así el truco me compensaba con creces.

(…)

Como cada mañana, hace unos meses, cogí un taxi en la estación de tren para dirigirme a la oficina. Parecía un taxista más pero lo que vi me dejó boquiabierto. Hasta que llegué a Malasia siempre había pensado que aún conservaba la patente de tamaña jugada maestra, meter la quinta y olvidarme, y, sin embargó, aquel malayo de edad avanzada osaba a imitarla. Y, nada más y nada menos, que en la vida real. Para mi asombro no sólo la llevó a cabo una vez, sino en cada parada que hacía, cada stop, cada semáforo en rojo, yo no podía más que abrir más y más los ojos. “Este pavo utiliza mi técnica, es un maestro”.

Lo volví a coger un par de veces más y siempre me descojonaba con la forma en que cambiaba las marchas. Fui un adelantado a mis tiempos, concluí. Un día decidí echar la cámara de fotos en la mochila a ver si podía grabarle en acción. La semana pasada, después de mucho tiempo sin verle, por fin nos reencontramos con él. Este es el resultado.