martes, 28 de julio de 2009
martes, 21 de julio de 2009
Ese "algo"
Y, sin embargo, siempre hay un “algo” en el ambiente que la aleja tremendamente de occidente.
Ya os he hablado de la afición que existe en estos países por el fútbol inglés. Si la Liga o la Serie A sólo son seguidas de reojo, la Premier es el acontecimiento más importante durante los fines de semana, mucho más que la Champions. A veces parece que la vida se organiza en torno a sus horarios.
El Manchester United se encuentra en Malasia preparando la temporada y esta semana ha disputado dos partidos amistosos contra la selección malasia. Tal es la falta de identidad nacional de este país que prácticamente el 100% de los aficionados que llenaron el estadio, por no decir el 100% del país, apoyaron a los diablos rojos y, sin alcohol ni grandes ostentaciones, acabaron celebrando como propias sendas victorias. Uno de estos partidos debía haberse celebrado en Yakarta pero el club decidió suspender la visita después de que el hotel en el que debían alojarse saltase por los aires la semana pasada.
El Liverpool tiene el (dudoso) honor de tener en Malasia su club de fans más numeroso del mundo. En mi oficina casi todo el mundo es del Liverpool. Mi jefe luce en su elegante Lexus una pegatina que dice “You´ll Never Walk Alone”. Randy y Danny, mis compañeros chinos que estuvieron un mes sin hablarme después del 2-6 en el Bernabeu, siempre beben Carlsberg durante los partidos de la Premier y, pase lo que pase, siempre apuestan por el Liverpool. El motivo no lo tengo del todo claro pero la devoción malasia por el club de Mersey está ahí, y es descomunal... y, sin embargo, se ven muchísimas más camisetas del Manchester o incluso del Madrid o del Barca por la calle. Y, además, el Liverpool no ha visitado nunca Malasia durante sus giras veraniegas. El equipo se encuentra esta semana en Singapur en medio de una gira asiática cuyo partido inicial se disputó la semana pasada en Tailandia, pero ¿por qué nunca vienen a Malasia?
La respuesta está en la cerveza. Y no, no me refiero a que los aficionados habrán de ahogar sus penas en el alcohol, sino a la publicidad que el Liverpool muestra en sus camisetas, Carlsberg. Esta semana Taxiquemajillo (por el que aún no me he decantado, por cierto) me ha informado que las autoridades malayas no autorizan la visita debido a que Carlsberg es haram, o lo que es lo mismo, que está prohibido por el Islam. Hecho que también explica la misteriosa ausencia de camisetas. Pero ahí no acaba la cosa. En 1993 el Liverpool decidió cancelar la que debía ser su primera visita a Malasia por la negativa de las autoridades malasias a que el centrocampista israelí Rosenthal pisará suelo musulmán. Si no fuese por la cerveza, hoy en día otro medio israelí, Yossi Benayoun, sería la excusa.
Pero el extremismo en este país no se contenta con evitar la entrada de un equipo de fútbol. En varias ocasiones se ha prohibido la entrada a la Orquesta Filarmónica de Nueva York por incluir en su repertorio piezas de compositores de origen judío. Durante los noventa Steven Spielberg prohibió la difusión de sus películas en Malasia después de que la censura cortase gran parte de La Lista de Shindler, película que el entonces primer ministro calificó de “propaganda anti alemana”.
La distinción entre religión y política en esta sociedad es prácticamente nula y seguro que ese “algo” que siento paseando por las calles de Kuala Lumpur tiene su fuente en un gobierno que pretende ser un mero transmisor de la ley de Dios. La gente que lleva aquí un tiempo dice que cada vez se ven más mujeres con velo por la calle y ahora, en verano, la ciudad está llena de turistas procedentes de Oriente Medio entrando y saliendo de los lujosos centros comerciales, hasta arriba de bolsas. Ellos en bermudas y chanclas, sus esposas de riguroso niqab negro, prenda que cubre todo el cuerpo, manos y pies incluidos, y que solo deja los ojos al descubierto.
Volviendo al fútbol, más increíble resulta la historia del Liverpool si tenemos en cuenta que todos los días camino de casa puedo ver desde la ventana del tren una fábrica de Carlsberg. Es la más grande de todo el sudese asiático y hace cuatro años fue atacada por un grupo de extremistas que usaron un lanza cohetes M16-203 para intentar destruirla. En aquel entonces el gobierno condenó los hechos sin atender a etiquetas halal, ni etiquetas haram. Claro que… ¿desde cuándo la política o la religión estuvieron reñidas con el dinero?
miércoles, 15 de julio de 2009
Una de Vampiros
Miri es un pueblucho venido a más gracias a sus yacimientos de petróleo y a las caras blancas que lo gestionan. Mulu no llega a ser ni un pueblucho, pero tiene un hotel en el que Alberto de Monaco bailó y cantó con los locales, y unas cuevas que desafían las leyes por las cuales sus montañas y sus suelos se mantienen en pie. En una balanza, Miri sería como un globo de helio y Mulu como una pelota de bolos (agujeros incluidos), así que la decisión cayó por su propio peso, del lado de las cuevas y de Alberto. Nuestra segunda incursión en el Borneo malayo.
El principal atractivo de Mulu se encuentra en sus cuevas, pero como nosotros nunca fuimos seguidores de modas (al menos no desde que destaparon a los infames Milli Vanilli), preferimos el trekking de alturas y pináculos, y el sendero de los cazadores de cabezas. Nunca lo fuimos... hasta que la moda y la escasa disponibilidad de plazas en la zona, uno de los defectos del desarrollo turístico malasio (ya veremos si el Patata y el Beni pisan Sipadán), nos convirtieran en "otros más" que se quedan sin hacer ese par de rutas tan apetecibles.
Qué le vas a hacer, buena cara al mal tiempo, y derechos hacia las cuevas. La más grande del mundo, la más larga del planeta, la que más murciélagos acoge, y la que más guano decora su interior. Y todo eso porque aún no les ha dado por meter jumbos de la “Malaysian airlines”, que si no también tendrían el récord como “la cueva hangar más grande del mundo¨.
Tanta era la mierda y tal el olor que alguien le preguntó a la guía que qué pasaría cuando no entrase ni una cagarruta más en la cueva. Y de golpe se hizo el silencio. Se apagaron las linternas, y en la oscuridad solo se veían esos ojillos blancos con punto negro de los dibujos animados. "Se lo comen los bichos" se oye al típico marisabidillo del grupo, a lo que una voz discordante añade "qué injusticia, vaya ecosistema". Y se hizo de nuevo la luz. Y todos respiramos aliviados, ufff. Y cuando el aire entraba en nuestros pulmones, a todos nos vinos una arcada por la acidez del guano puaagg.
Entre 2 y 3 millones de murciélagos abandonan la cueva cada atardecer en busca de comida. Dicen que las crías se quedan en la guardería de la cueva y que al volver sus padres las reconocen por el olor, que, con tanto guano, ya tiene mérito. También dicen (el marisabidillo de turno y sus secuaces) que en Méjico o Tailandia, este momento es más espectacular si cabe; no sé si por el tamaño de los murciélagos, o porque nunca se está a gusto con lo que se tiene. El caso es que para mi el reguero que salía de la cueva, formando una especie de chimenea natural en el cielo, fue además de curioso, novedoso, y por eso me gustó.
El resto del tiempo lo pasamos subiendo montañas y bajándolas, dándonos chapuzones en el río y caminando del hotel a la cantina del parque, donde la comida estaba a mitad de precio. Andando llegamos a un poblado Penan, de hombres tatuados y mujeres con las orejas por la clavícula, al que el resto de turistas llegaban en barca. Tanto anduvimos que no puedo si no dedicar esta entrada al Ge y a la tendinitis con la que volvió de aquellos cinco duros días de vagabundear por París. Por ti (y por tus gemelos!).
martes, 7 de julio de 2009
La Balada de Sayid y Taxiquemajillo
Ya os he hablado de él. Se llama Sayid, como el ricitos de LOST, y durante seis meses fue el taxista que nos venía a recoger, unos días más tarde y otros más pronto, cada tarde a la oficina. Aunque a veces se ponía un poco pesado con el Islam y a Susana ni la miraba, ni la hablaba, por lo general se mostraba como un hombre afable y de conversación fácil. Su aspecto era el de un hombre duro y gastado por el tiempo. Fumaba mucho, incluso cuando nos llevaba a nosotros de pasajeros, y tenía un fuerte acento americano con el que, de cuando en cuando, gustaba de sermonearnos. Tenía casi 70 años y a veces nos contaba historias de cuando era joven, de sus años combatiendo comunistas en el ejército y de su etapa como profesor de inglés en la universidad. Los viernes solía llegar un poco tarde, sus amigos, decía, le liaban en la mezquita donde no sólo iba a orar, sino a descansar, a discutir de política.
Cada tarde, media hora antes de salir, le llamábamos para que viniese a buscarnos. El trayecto dura apenas quince minutos, lo que se tarda en ir desde nuestra oficina en Klang a la parada de tren de Padang Jawa, aunque, sin aire acondicionado, a veces se hacía un poco más pesado. A cambio de su fidelidad le pagábamos diez ringgits, tres o cuatro más de lo que habría sido justo.
Pese al "la cagamos", su llamada aquella tarde no nos preocupó mucho en principio. Se había hecho daño en un hombro por lo que deberíamos buscarnos otro taxi para los próximos días. Nosotros trabajamos en un polígono industrial un poco apartado de todo por lo que encontrar taxi no es siempre fácil. Aquel primer día llamamos a una compañía de taxis y estuvimos esperando su llegada casi una hora. Al segundo nos volvió a suceder lo mismo, y pronto caímos en la cuenta del papel tan importante que aquel viejo taxista había jugado hasta el momento en nuestras vidas. Sin él, llegar a casa cada tarde se había convertido en una pesadilla.
Llamamos a Sayid un par de veces para preguntarle sobre su lesión pero al cabo del tiempo pensamos que lo más seguro es que ya no le compensase venir a buscarnos o que había encontrado algún cliente que le ofreciese más dinero. Durante más de un mes estuvimos peleándonos con todos los radio-taxis de la zona y, muchas veces, ante la desesperación, echábamos a andar hacia la estación rezando porque algún taxi nos parase de camino. Cuántas caminatas nos habremos pegado bajo el sol sofocante de Malasia. Cuántos taxistas habrán pasado de largo sin reparar en nosotros. Cuánta dignidad perdida! Un día, después de más de una hora, hasta conseguimos llegar a la estación andando. Total ¿qué son seis kilómetros sin apenas aceras y 40 grados a la sombra?… deprimente, lo sé. En fin que, cuántas veces nos acordamos de Sayid (y de la madre que lo parió...).
La desmoralización llegó al punto de pensar en comprarnos una moto. Era una idea que ya barajamos al llegar, pero que descartamos por los consejos de nuestros compañeros de oficina, “de noche, esta ciudad es peligrosa, y si dejáis la moto en la estación seguramente no os dure ni dos días”. Sin embargo, la frustración era tal que optamos por darle una oportunidad al tema.
El día anterior en que Mr. Guna, un compañero de trabajo, debía llevarnos a varios talleres a ver modelos de moto ocurrió el milagro. Íbamos camino del tren bajo los ya habituales cuarenta grados de frustración cuando nos paró un taxista. “Hoy no os puedo llevar porque a las seis y media tengo que recoger a alguien, pero si queréis os voy a buscar mañana a las seis”. No sabíamos ni cómo se llamaba, pero tal era nuestro júbilo que guardé su nombre en el móvil como, Taxistaquemajillo. Aquel indio cumplió su promesa y al día siguiente estaba esperándonos en la puerta de la oficina.
Desde entonces Taxistaquemajillo nos ha venido a buscar todas las tardes de forma puntual, por lo que siempre llegamos a tiempo para coger el tren de las 18:16. Es joven y le encanta hablar de fútbol. La primera pregunta que me hizo fue que cuál era mi equipo favorito y cuando el Madrid fichó a Ronaldo, estuvimos todo el camino comentando la jugada. Su taxi está siempre limpio y cuando nos montamos, ufff!, siempre lleva puesto el aire acondicionado. Aquel primer día insistió en darnos el cambio de diez ringgits, pero le dijimos que se lo guardara.
Y así de feliz transcurría nuestra vida hasta ayer, cuando salimos de la oficina para reconocer en la puerta a… Sayid. "La madre que le parió", pensé. Se encontraba de pie cerca del taxi, como si de una aparición se tratase, y su figura parecía algo mayor. Al hablar observé que tenía un agujero en la boca que hace dos meses ocupaban dos dientes, la barba se le notaba descuidada y la ropa parecía que no había sido planchada en días. Nos dijo que ya se había recuperado y que había perdido nuestro número por lo que se había tomado la molestia de venir a la oficina para buscarnos. Noté que su inglés también había empeorado, parecía que no encontraba las palabras necesarias para expresarse con normalidad y, por eso del hueco en los dientes, silbaba mucho, y ni siquiera recordaba cómo nos llamábamos…
Fue un encuentro un poco incómodo, él abriendo la puerta del taxi y nosotros haciéndonos los despistados, silbando también, rehusando a entrar. Al final, le dijimos que otro taxi estaba en camino a lo que respondió sin importancia que no había problema, que le llamase al día siguiente y que él nos vendría a recoger, "as usual".
Bueno, pues ya es mañana y no sé a quién llamar. A ti la situación te parecerá una tontería pero yo llevo todo el día dándole vueltas. Por un lado, no llamar a Sayid sería hacerle un feo muy grande. Imagínate que un empleado tuyo se coge una baja médica y que cuando se reincorpora lo pones directamente de patitas en la calle para quedarte con su sustituto, que además de trabajar mucho mejor, habla de fútbol y no de religión. Por mucho que uno tenga experiencia, dejar a una novia nunca es fácil. Me imagino cogiendo el teléfono y teniendo esta conversación, “Sayid, mira, no sé cómo decírtelo pero… creo que debemos empezar a vernos con otra gente”, al estilo sensación de vivir, o, acaso esta otra, más directa y definitiva, “Sayid, he conocido a otro”.
Por otro lado, no puedo negar que Taxistaquemeajillo estuvo ahí cuando más le necesitábamos, que su taxi está mucho más limpio y que siempre está mucho más fresquito. Gracias a él, ahora cogemos el tren todos los días muy pronto y podemos llegar antes a casa. Ahora tengo tiempo de bajar a darme un baño a la piscina o de bajar al gimnasio. Ahora soy más feliz! y he recuperado la dignidad! Sayid es aquella chica de la que estaba enamorado hasta que esta otra, Taxiquemajillo, se cruzó en mi vida.
No sé si por listos, por tener ahora dos taxistas, nos quedaremos de nuevo sin ninguno y nos tocará volver a las andadas (nunca mejor dicho). Lo que sé es que son las cinco de la tarde y que debo llamar a uno de los dos para que venga a buscarme pero... ¿a quién?