A lo largo de estos meses he escrito cosas estupendas sobre un montón de sitios, Bangkok, Melbourne, Ubud… mi propia lista de, con permiso de Edu, ciudades invisibles. Lugares fantásticos a los que he tenido la suerte de viajar por esta parte del mundo y en los que he dejado un poquito de mi. Ahora, una película me arranca un párrafo sobre Madrid (mi Madrid! que es tener todo y no tener nada), el lugar donde, no importa ni el desde ni el cuándo, siempre volveré. Pero en realidad esta entrada, la del aniversario, estaba dedicada a otra ciudad, una un poquito menos acogedora y un poquito más caótica. Una ciudad que uno nunca podría imaginar con frío en otoño ni con frío en mil años. Pongamos que hablo de… Yakarta.
Pero qué decir de una ciudad a la que mil veces me he referido con vosotros de testigo como “el agujero”. Para empezar puedo decir que a Yakarta vine a vivir y no de visita. Que no vine por trabajo ni por capricho (bueno, quizá por capricho de un tal del Castillo), que lo hice para aprender y para crecer, para entender un poquito mejor este mundo en el que vivimos. Y Yakarta, como profesora, no te decepciona. Aquí he aprendido entre otras cosas a montar en moto, a soportar el calor húmedo, a que no todo sale siempre bien a la primera. Pero sobre lo que más ha hecho hincapié la profe ha sido sobre el carácter alegre de sus gentes. Es verdad que aquí el aire es irrespirable, que apenas hay aceras por las que andar, que solo hay un parque en toda la ciudad y que el tráfico es siempre horrible. Pero Yakarta no son sus edificios ni sus humos. Tampoco los políticos corruptos que la mantienen junto a toda Indonesia hundida en el pozo. No, Yakarta es su gente, sus millones de habitantes, los niños de los semáforos, la gente durmiendo en la calle, los corrillos de hombres sentados en cuclillas, los vendedores de fruta y los conductores de Ojek. La Señora de Correos y los vigilantes de la Embajada, la Pedmantu, los chavales de la pachanga de los miércoles y los empleados de los billares. Gente, gente y más gente a la que le ha tocado vivir aquí, en la otra cara de la moneda. Igual que tu y yo nacimos allí, sin ninguna culpa ninguna, millones de personas, igual de inocentes que nosotros, lo han hecho aquí, sin la mitad de posibilidades y recursos pero con sonrisas el doble de grandes.
Por eso hoy, justo un año después de aquella primera entrada “Yakarta… y eso dónde está?”, quería revelarme contra ese yo que tanto ha renegado de esta ciudad que tan bien me ha tratado. Quizás he madurado o quizás he terminado por abrir los ojos, o a lo mejor es que simplemente me asusta, ahora que el tiempo se acaba, la idea de no corresponderla como se merece y no darle al menos algo a cambio de todo lo que ella me ha dado. Por eso hoy, como homenaje a mi ciudad de acogida y como homenaje a un todo un año de noledigasamimadre, cuelgo unas fotos que he ido sacando durante algún tiempo y que espero que os gusten y os ayuden a comprender por qué de repente le he cogido tanto cariño a esta ciudad.
Mikel es un escritor que ha acabado viviendo en Yakarta, como tantos otros, por amor. Al poco de conocerle me dijo con su acento de vasco bonachón que cualquiera podía escribir algo bueno en esta ciudad, que bastaba con describir a aquel personaje o aquella tienducha para tener algo medianamente bueno. La inspiración te viene simplemente con abrir los ojos, me dijo. Con esto quiero decir que seguramente las fotos no valen nada pero que si os gustan u os aparecen interesantes es gracias a este maravilloso lugar. Yo sólo soy el mensajero. A Yakarta, la ciudad en la que tanto dejo y de la que tantísimo me llevo.